Semanas atrás, en un negocio de
libros viejos, encontré un ejemplar del “Año Cristiano” – diciembre -, uno de
doce tomos que sin duda fueron populares al inicio de los 1800, tanto que la
escritora cuencana Alicia Yánez Cosíos en su novela histórica “Sé Que Vienen a Matarme” describe como Mercedes Moreno leía cada tarde pasajes de ese libro
católico a sus hijos menores, la niña ciega Rosa y Gabriel su preferido. Gabriel
Gregorio luego será Jefe Supremo y Presidente Constitucional del Ecuador, hombre
amado por unos y odiado por otros, tirano implacable, “El Santo del Patíbulo”
para Benjamín Carrión o el recomendado a los altares por el mismísimo Papa de Roma
y víctima del magnicidio del 6 de agosto de 1875, muerto por las manos de Polanco, Andrade, Moncayo y
Cornejo, por las polleras de Juana Terrazas, por el machete de Faustino Lemus Rayo sicario
de masones y por la pluma envenenada de Montalvo.
Dentro del libro en cuestión
hallé varias postales, una fotografía, una nota de pésame por la muerte de la
cuñada, a la vez prima, de la dueña del libro. También, dos partes de misa
de difunto, uno del matrimonio de su sobrino, un recibo de contribución al
sostenimiento de ancianos en el Hogar Corazón de María en Quito, por 240 sucres, quizás la
cuota mensual para sostener a algún familiar alojado allí; incluso encontré el parte mortuorio de mi propio homónimo junto con una nota
mecanografiada fechada en 1964 y la carta que a continuación
transcribo:
Roma, 15/11/1977
Querida Marianita,
Te escribo estas cuatro palabras aprovechando
el retorno de Maricruz a Quito.
Tú nieta nos pareció un encanto y
es idéntica a la imagen que guardamos de ti, por ella tuvimos tantas noticias
de ustedes y aunque nos habría emocionado visitarte o que vinieras, nos conformamos
con enviarte esta carta ya que según dice papá, “La misiva de personas queridas
es una especie de satélite que llega al destinatario como el eco lejano de
remembranzas idas”.
Como recordarás, papacito fue siempre
jovial con sus amigos a la vez que muy serio cuando se trataba de su trabajo, más,
ahora le ha dado por afirmar que morirá a fines de este año. Dice que se lo predijo
una de sus pacientes del San Lázaro. “Yo fui la guaricha del Libertador. Cuando
él faltó, pasé meses detrás de su hueste endemoniada, maldiciendo el olor a
pólvora, socorriendo a sus olvidados en el campo de batalla”, “fui soldadera y
rabona” alega que repetía la mujer en sus momentos de lucidez. Ella fue quien
le dijo que la muerte vendría por él a los cien años cinco meses y seis días.
Él repite que a los locos hay que creerles porque no tienen malicia, aunque no se les debe creer todo pues sabe bien que Manuela murió veintiún años antes de que él naciera, y que fue en Paita, no en el San Lázaro.
Él repite que a los locos hay que creerles porque no tienen malicia, aunque no se les debe creer todo pues sabe bien que Manuela murió veintiún años antes de que él naciera, y que fue en Paita, no en el San Lázaro.
Papacito, le contó a Maricruz,
que fue el primer alienista del Ecuador, aunque primero se hizo médico para
cumplir el juramento al que le obligó su padre en su lecho de muerte, y que antes
de eso, a los 18 años, se hizo liberal. “Quién habría imaginado que yo, un nieto
del conservador y floreano Vicepresidente de Jerónimo Carrión, del Encargado
del Poder Ejecutivo por dos meses con catorce días, del signatario del Acta de
Separación del Distrito del Sur, sería el primer liberal de la familia”; “el
tío Nicolás, primer Arzobispo de Quito, me habría excomulgado de buena gana si
no intercede en mi defensa su sobrina, mi madre”, “la familia consideró ese
hecho locura mayor que la de Diego Noboa y Arteta, primo del abuelo, al querer
vender las Islas Galápagos para saldar la deuda inglesa”.
No quiero cansarte, querida Marianita, con estas historias
que tu seguramente conoces con mayor detalle, fue suficiente con que papacito las
repitiera una y otra vez a Maricruz, que amable como es, siempre las escuchó con
atención y curiosidad.
Recibe esta breve carta con la nostalgia de encontrarnos alejados de
ustedes y de nuestro querido Quito. tu hermano te agradece por el interesante
libro que tuviste la fineza de enviarle, no lo puede leer por su escasa vista,
pero yo lo hago y le cuento los episodios más interesantes. Te pido también decirle
a Mariana Intriago que el prendedor de “arte incaico” ha gustado mucho y me
lo pongo muy a menudo, mil gracias.
Con papacito te abrazo
cariñosamente junto con todos los tuyos,
Aida.
…
Marianita acomoda su blusa de seda después
de recoger el par de tazas y limpiar la mesa donde unos minutos antes compartió
café y tertulia con su nieta recién llegada, echa llave a la puerta
principal e intenta reacomodar su peinado, el tinte rojizo en el cabello recién cortado
contrasta con la piel blanquísima y con sus ojos negros. Una vez sola, toma la
carta que le dejó Maricruz, la saca del sobre y se sienta, a leerla, en el sillón de la biblioteca. Al fondo, contra el librero,
se arrima una fotografía en blanco y negro de Alejandro, su marido fallecido 24
años antes. Al terminar la lectura, vuelve a guardar la hoja en su sobre rosado, toma uno
de los tomos del Año Cristiano, el de diciembre, lo abre en las páginas 26 y 27
que coinciden con el 3 de diciembre día de San Francisco Xavier apóstol de las
Indias, esconde allí la carta y la olvida para siempre, tal como en los próximos años irá
dejando y luego olvidando todos sus recuerdos.
…
Al explorar el libro descubrí
varias marcas, en la primera hoja dos letras A más las iniciales PJA dibujadas
con cuidada caligrafía, en la última y con la misma caligrafía, encontré escrito el nombre Pedro José, así supe que el libro pasó de padres a hijos, heredado
desde el abuelo conservador y floreano, de nombre Pedro José de Arteta y Calisto, signatario
del Acta de Separación del Distrito del Sur (nacimiento del Ecuador), Vicepresidente
de Jerónimo Carrión y Encargado del Poder Ejecutivo entre el 6 de noviembre de
1867 y el 20 de enero de 1868. Él a su vez, la obtuvo del Fray Andrés León, Prior principal de los Agustinos en Quito.
Quiero creer que Mariana murió al cumplir 92 años como en el cuento de García Márquez y que fueron
“Los Funerales de la Mamá Grande” el libro que envió a Roma para que se lo
leyeran a su hermano Carlos.
…
Nota: Doy fe que esta historia es
verdadera pues los locos no inventamos, carecemos de malicia. Pero, no se crean
todo porque para contarla fue necesario añadír algo de ficción.