lunes, 19 de febrero de 2024

Los interrogantes que nos deja el Censo Nacional

Mirar los resultados expuestos por el último censo de población y enfrentarlos a los que se han publicado sobre la manera en la que evoluciona la población ecuatoriana, nos dejan tres interrogantes, a las que, como país deberemos responder en los siguientes años.

Antes de empezar, mencionaré que las cifras expuestas por las proyecciones de población son el resultado de un ejercicio que compila la información disponible sobre fecundidad, mortalidad y migración, tanto en los ocho censos ejecutados desde 1950 como de las encuestas y registros de origen administrativo que se han levantado en ese periodo de tiempo. Ahora sí, planteo las interrogantes:

      ¿Cómo y para quién debemos generar empleo?

Si en algo tienen razón quienes han venido llamando (erróneamente) “década perdida” a la que transcurrió entre 2007 y 2017, es en los resultados de lo que debió ser un esfuerzo para  aprovechar lo que los economistas llaman bono demográfico. En especial la formación de jóvenes para el empleo, el fomento del emprendimiento y del empleo de buena calidad, más la promoción del ahorro y la inversión de los recursos provenientes de ese empleo.

Recordemos que, entre otras noticias, como las que dieron cuenta de la existencia de importantes brechas sociales y económicas entre los habitantes del campo y de la ciudad o las que afectan a la población indígena, el censo de 2010 nos informó que la población ecuatoriana se concentraba en las edades cercanas a las del inicio de la etapa laboral, es decir, en las que requieren de formación adecuada para la inmediata incorporación al empleo (formal y de buena calidad).

El tamaño de la población joven resultaba de tasas de fecundidad altas, mientras que la disminución de la mortalidad resultaba en el incremento de los años de vida esperados. Como respuesta, el estado construyo grandes escuelas en lugares donde escaseaban los niños, planteó una universidad academicista que, además, restringió el ingreso de los jóvenes, sin resolver (tampoco) las demandas de formación técnica, ni atender los requerimientos de un mercado laboral carente de la capacidad para anticipar los cambios tecnológicos, sanitarios y sociales que estaban por llegar.

Doce años después, el censo de 2022 nos muestra el tránsito de esa población joven hacia edades mayores, acelerado por una disminución pronunciada de las tasas de fecundidad, anticipando el fin del bono demográfico y la perdida (probable) de una oportunidad dorada para impulsar el desarrollo de un país más enfocado en atender la disputa novelesca de ciertos actores políticos y dejando para después la urgencia por responder a preguntas que hasta el sol de hoy ni siquiera nos hemos planteado.

Nos quedan entre siete y diez años para prepararnos y parece poco tiempo. La proporción de población en edades menores a 25 años es más pequeña que la observada en 2010, como consecuencia, la proporción de personas mayores de 25 ha crecido para 2022 y no dejaran de crecer en los próximos años. Esto significa que, el fomento del empleo (y del emprendimiento) debe mirar a un rango de edades más amplio, promoviendo el empleo joven pero también mirando las edades que aún se consideran en las empresas para la desvinculación del empleo formal (para evitar cargas patronales relacionadas con la jubilación) o en las que la persona trabajadora no puede re incorporarse al empleo formal debido a su edad.

¿Cómo fortalecemos el sistema de salud pública?

La pirámide de la población estimada para 1950 fue lo que los demógrafos llaman una pirámide progresiva, con una base del 17% de niños menores de 5 años respecto al total de población en esa década y un pico concentrado en 244 personas centenarias. La pirámide que se estimó para el 2020 es una de las que los demógrafos llaman regresivas, se sostiene en una base de apenas el 8% de niños menores de 5 años (menos de la mitad que en 1950) y una cúspide que se ensancha, con algo más de 6 mil personas centenarias. Para quienes son más visuales, al ubicar las edades dentro de un gráfico veremos que hemos pasado desde una figura igual a un triángulo equilátero en 1950 a otra en forma de cup cake o de carpa de circo con la base achicada para 2020.

Los registros de nacimiento, el propio censo de 2022 y las estimaciones de proyección nos dicen que los nacimientos no solo disminuirán en proporción, lo harán también en números totales, mientras que la proporción y el volumen de la población adulta y adulta mayor seguirá creciendo. Así sabemos que crecerá la demanda de servicios relacionados con las necesidades de los adultos mayores, transformando no solo las viviendas (en tipo y tamaño), los requerimientos de  movilidad (distancias y tipo de transporte), también se requerirán de espacios públicos caminables, humanos y seguros.

La salud, en los próximos años, deberá cambiar su enfoque, otorgándole un papel particular a la salud mental, al envejecimiento saludable y al acompañamiento para la muerte digna. Para ese entonces deberemos haber resuelto el problema de la desnutrición en niños, para enfrentar el resultado que esa condición causó en quienes tendrán 40, 50 y 60 o más años.

¿Qué vamos a hacer con el sistema de pensiones?

EL punto final y quizás el que representa más complejidad para los actores políticos, será el de la jubilación a través de un Sistema de Pensiones que, de seguir así, enfrentará una potencial disminución de aportantes, junto al incremento de beneficiarios y de años de cobertura de las pensiones jubilares.

La proporción de población mayor de 65 años, que alcanza el 7,6% en 2020 (1.4 millones); se incrementará al 9,8% en 2030 (1.8 millones), llegando al 13,1% en 2040 (2.6 millones) y al 17,4% en 2050 (3.7 millones), lo que supone que se requerirá de un volumen mayor de dinero para cubrir los valores de las pensiones jubilares, bueno, de quienes puedan acceder a ellas.

Entre 1950 y 2020, la esperanza de vida se ha incrementado en 27 y 32 años para hombres y mujeres respectivamente, es decir, un hombre que nació en 2020 vivirá en promedio 16 años por cada 10 que se esperaba que viviera uno nacido en 1950 (algunos de ellos cumpliran 72 años apenas), mientras que una mujer vivirá 17 años por cada 10 que vivió su abuela. Para 2050, la esperanza de vida llegará a 79 años para hombres y 86 años para mujeres.

Al concluir, es evidente que nos enfrentamos a una encrucijada de desafíos que requieren la atención y la acción inmediata de todos nosotros. Las cifras y datos del censo nacional plantean interrogantes fundamentales que van desde la creación de empleo hasta la fortaleza del sistema de salud pública y la viabilidad de nuestro sistema de pensiones. Estos desafíos, que son reflejo de la evolución demográfica y las cambiantes necesidades de nuestra sociedad, demandan respuestas urgentes, estratégicas y políticas.

miércoles, 14 de febrero de 2024

Población y resiliencia, 70 años de historia de los censos en el Ecuador.

El tiempo que separa el primer censo moderno realizado en Ecuador del último, ejecutado en 2022, es de apenas 72 años, un periodo similar al estimado como expectativa de vida para los ecuatorianos. Durante ese intervalo, la población registrada aumentó desde 3.2 hasta 16.9 millones de personas, compartiendo características comunes en los dos censos, como una mayor presencia de mujeres en la población contada y a Guayaquil como la ciudad más poblada del país.

Realizado, apenas quince meses después del terremoto de Ambato (agosto de 1949) que destruyó Pelileo, Píllaro, Guano y Ambato, seísmo que dejó seis mil muertos y 100 mil personas sin vivienda, el primer censo contó a quienes residían en el país al 29 de noviembre de 1950 e incluyó preguntas sobre tipo de vivienda, servicio de agua y número de cuartos, sin llegar a ser considerado un censo de vivienda.

Una de sus particularidades fue la indagación sobre "idioma y dialectos aborígenes", donde 12.55% de las personas mayores de seis años declararon hablarlos, siendo 6.94% quienes lo hacían de manera exclusiva (hablantes monolingues de Quichua, Cayapa, Jibaro o Záparo). La consulta sobre “idioma y dialectos” representó un intento por cuantificar la población indígena, aspecto retomado con fuerza recién en el año 2001, antes, el censo de 1990 había incluido una pregunta sobre “lengua nativa”.

Un número particularmente llamativo da cuenta de que, entre los jefes de familia que hablaban Quichua, el 92.35% eran analfabetos, cifra que coincide en tiempo y urgencia con el aparecimiento de las “escuelas clandestinas” (años 1940 a 1960) de Yanahuaico, Chimba, San Pablo Urco y Pesillo, más otras que resultan del impulso de una organización indígena apenas naciente para esas fechas.

El censo de 1950 también incluyó una pregunta sobre el uso de zapatos, considerando entre las categorías de respuesta el uso de oshotas o alpargatas y, a la que el 49.24% de los jefes de familia respondieron andar descalzos. También se consultó sobre el uso de cama, tarima o hamaca, o si se dormía en el suelo.

El septenio nos ha dejado ocho censos de población y siete de vivienda. En ese tiempo, el Ecuador ha enfrentado cambios y desafíos, tanto naturales como socioeconómicos que se observan en las marcas que dejaron sobre la población, su composición y distribución territorial.

El segundo censo de población incorporó al primero de vivienda. Su levantamiento coincidió con la presidencia de Carlos Julio Arosemena y registró 4,5 millones de personas, valor que subió a 6,5 millones en el censo de 1974; 8,0 millones en 1982; 9,6 millones para 1990; 12,2 millones en 2001 y, finalmente; 14,5 millones en 2010, para alcanzar los 16,9 millones en el censo de 2022.

Al hurgar sobre las cifras reportadas por los censos, se encontrarán fácilmente mejoras en varios aspectos, por ejemplo, en los niveles de educación o en el acceso a servicios básicos (agua, electricidad y telefonía, ahora internet), también encontraremos grandes brechas que no terminan de cerrarse, como las que se presentan entre lo urbano y lo rural o las que se marcan con la identificación por etnia. Con un poco más de cuidado se hallarán las marcas de la migración (mucha de ella relacionada con las crisis económicas - 1960-1970, 1990-2000 y 2020 -), los rastros que dejaron los terremotos de 1949, 1996 o 2016, los efectos de la pandemia sanitaria y los de la creciente violencia delictual en las primeras dos décadas de los años 2000.

El empoderamiento de las mujeres, los nuevos roles de los miembros de los hogares, la adopción de nuevas tecnologías, la preocupación por el ambiente, la migración campo-ciudad, el reconocimiento de los derechos de poblaciones y comunidades y la incorporación de miembros no humanos a los hogares también marcaron al país. Sus efectos se reflejan en los resultados que los censos presentan, solo hay que estar atentos y observarlos.

 

Entrada destacada

Resumen de la presentación del libro "Los Guerrero, Genealogía i Bitácora".

Ambato, viernes 22 de febrero de 2019 Teatro del Centro Cultural Eugenia Mera