viernes, 11 de noviembre de 2016

Isabel

Me gusta esperar, quietecita, que el Sol al ir levantándose detrás de las montañas caliente mis manos y mi cara con ese calorcito que nos obliga a despertar a todos en la casa. Cuando el Sol llega, hasta las flores más pequeñitas parecen abrirse, mientras el rocío que las cubre en la madrugada va recorriendo sus pétalos, luego, convertido en gordas gotas de agua, se lanza desesperado buscando el suelo. ¡Plic! La gota se esconde veloz, entre la tierra negra y húmeda. ¡Ploc! La gota revienta sobre alguna piedra de las muchas esparcidas por la calle.
También me gustan las horas que paso sentada a un lado de la puerta, escondida y protegida bajo el alero del tejado de paja y madera donde no me alcanzan ni la lluvia ni el sol del mediodía. Desde ahí escucho clarito a los pájaros que silban y cantan ocultos entre las hojas de los árboles. Los quindes me llaman ¡tsiii ti ti ti tsi tsik tsik!, yo les sonrío y ellos danzan y baten sus alas y hacen sus nidos de ramitas y telas de araña.
La mañana es mi momento preferido del día, pero más si es una mañana con Sol. No, cuando todos van al río a lavar y bañarse cargando la ropa y en una hilera que se tarda horas en volver. Sí, cuando el baño es en el patio de la casa, cuando mis hermanos corretean, gritan, se esconden, pelean y se escabullen en un intento desesperado (e inútil) por evitar el agua y jabón. Mamá los atrapa, ¡zis! Tiene a uno,  ¡zas! Tiene a otro, ¡zum! A otra, ¡zis zas zum! Tiene a todos.
Mi turno de baño es diferente, empieza con mamá vaciando agua limpia en la tina que ocupa desde siempre el centro del patio de tierra detrás de la casa. El Sol va entibiando despacito el agua (inmóvil) dentro de la tina, en la superficie puedo ver el humito que se esfuma al segundo siguiente de separarse del líquido y desaparece sin hacer ruido. Mamá me ayuda a sentarme junto a la tina y vierte con un pilche el agua desde mi cabeza, primero lento “para que no sientas frío Isabel”, luego rápido. ¡Plaf! ¡Chas! ¡Ploc! Me gusta sentir el agua recorriendo, chorreando, goteando, sobre mi piel.
Con cada restregada, las burbujas de jabón se van amontonando sobre mi pelo. ¡Glu glu glu! “Cierra los ojos Isabel”, ¡plop!  Explotan las burbujas dentro de mis oídos, soplo fuerte ¡fuuu! Y alguna vuela hasta perderse en el cielo más azul que pueda imaginar. “Las nubes están hechas de las burbujas de jabón que soplan los niños al bañarse” dice mamá y luego me arropa en una cobija calientita de estar tendida al Sol. Me quedo así por un rato, arropadita, sin moverme, con mi madre abrazándome, quietecitas, sin recordar el silencio que por la noche oculta el también azul de sus ojos. ¡Toc toc toc! Suena su corazón, ¡Tic tac tuc! Responde el mío.
Las tardes son todas iguales, son todas tranquilas, excepto las de agosto, esas son cuando el viento se pone bravo y corre fuerte, tanto que hasta los árboles se retuercen y protestan negándose a caer. ¡Sss sss sss! ¡Crac crac crac! Las hojas secas se alborotan, vuelan, caen a mis pies que cuelgan sin topar el suelo (estoy sentada bajo el alero de la puerta, sobre una de las seis sillas amarillo pálido que mi hermano Cesar aún no ha construido).
Las tardes son todas iguales, excepto las de abril (aguas mil), esas están llenas del ¡cloc cloc cloc! De los chorritos que la lluvia produce y del granizo cayendo desde la paja que sobresale del techo hasta descuajarse con un golpe seco sobre el suelo. ¡Chap chap chap! Suenan los pies descalzos de mis hermanos que se persiguen sobre el lodo entre risas y chanzas.
Las Noches son mis preferidas, menos esta que con su silencio grita y lo tapa todo y lo esconde todo y lo olvida todo. ¡…! Entonces mamá me abraza, me besa y mientras me acuesta le escuchó decir (con su voz quedita para que no se enoje el silencio) “No llores Isabel, se harán obscuros tus ojos de cielo”. 

lunes, 25 de julio de 2016

Ambato, el Súper Agente 86, el nuevo puente y un gato dormilón.

Una fotografía muestra a las tres principales autoridades de la provincia y la ciudad ondeando banderas en señal de festejo por la inauguración del puente del Mall de los Andes, veo la foto y pienso en lo que tardan en construir el nuevo Hospital Regional, que ahora, por lo menos aparece en “obra muerta” junto al viejo hospital que sobrevive apiñado en lo que pudieron dejar en pie mientras se construye el otro. Más importante parece ser el puente del Mall a juzgar por la felicidad que muestran las autoridades en la fotografía publicada en la web oficial del GAD Ambato, sitio que es totalmente inútil por lo menos para lo que necesito (conocer dónde debo tramitar la recuperación de mi vehículo retenido en un pintoresco operativo de tránsito).

Es la una y veinte y nueve de la madrugada del día domingo 24 de julio de 2016, lo sé porque miro el reloj del tablero principal del carro. Abrocho el cinturón de seguridad, enciendo el motor del auto y con el control remoto abro la puerta del garaje.

Salgo desde mi casa luego de una reunión familiar, voy a dejar a dos de mis tías en su casa. Mientras se suben al carro comentan con mi esposa que también nos acompaña, sobre un vehículo que pasó junto a nosotros,  “deben estar borrachos por la forma como manejan” dicen (en Ambato el alcohol causa una mayor proporción de accidentes de tránsito que los que ocurren por esa causa a nivel nacional, además en el primer semestre se han incrementado los accidentes de tránsito en la ciudad).

Recorro entre cincuenta y cien metros, "los borrachos" debe ir rápido pues ya no se los puede ver; el plan es dejar a las tías en Cashapamba, luego ir a comer algo en alguno de los restaurantes del centro para hacer tiempo hasta la dos o dos y treinta de la mañana para de ahí ir a recoger a nuestros hijos y sobrinas que estaban en la fiesta de graduación del colegio.

Intempestivamente un bus, de los Agentes de tránsito del GAD Ambato (sí, usted leyó bien, un bus), rebasa el carro que conduzco e inmediatamente me cierra el paso en una maniobra que se esperaría de “los borrachos” y no de quienes son los responsables del tránsito de la ciudad,  abren la puerta y desde el vehículo en movimiento un agente salta para ocupar el espacio ya reducido que queda entre el bus y la vereda, Será algún procedimiento habitual para garantizar que no se escapen los infractores o quizás solo se trata de alguien que ve muchas películas de policías en la tele.

El agente frente al vehículo que conduzco me hace señas con su mano derecha, con abrir y cerrar sus dedos indica que voy con las luces apagadas, las enciendo mientras él se acerca a la ventana,  me dice que circular con luces apagadas es una infracción, yo le reclamo la forma imprudente y peligrosa con la que maniobraron el bus y le recalco que de seguir así van a ocasionar algún accidente, se enoja ( de eso no hay registro porque aún no ha llegado el encargado de filmar), una mujer que también desciende del bus llega detrás de él, al verlo alterado le pide que se tranquilice.

Me pide "papeles", yo pienso en los viejos policías de tránsito que primero pedían papeles y luego para las colas, al mismo tiempo pasan dos camionetas de los Agentes Civiles de Transito, tan veloces como “los borrachos”, siento que pasan muy cerca de nosotros, le menciono al agente junto a la ventana que estoy mal estacionado por la forma abrupta con la que me cerraron,  le explico  que “voy a estacionarme correctamente, me bajo del carro y le doy mis papeles “, estaciono a un costado, lejos del bus que se había estacionado también, para salir desabrocho el cinturón de seguridad, abro la puerta y me bajo, inmediatamente el agente me acusa de conducir sin cinturón y que el hacerlo también es una infracción; ahora si molesto le suelto un “está loco, tenía puesto el cinturón de seguridad ¿Acaso no vio que lo desabroche para bajarme?”, en ese mismo instante me queda claro que su intención es abusar y así se lo digo, "usted se va a abusar" son mis palabras.

Le doy mi licencia, allí no encuentran nada, le doy la matrícula y me dice, la chica, que falta un papel blanco (que hasta ahora no sé de qué es), les digo que eso es lo único que tengo; se llevan la matricula al bus a consultar y concluyen que está pendiente el pago de la matrícula, me informa que “tenemos que retener su vehículo” sin olvidar el meloso “caballero” que de ahí en adelante usan como muletilla y con el que cierran cada una de sus frases, aparecen de la nada tres agentes más, “me parece que usted está abusando, pero, está bien, dígame donde debo ir a dejar el carro” le digo, también le pido que me haga el test de alcoholemia (anticipando que lo siguiente sera acusarme de conducir en estado etílico), no me lo hacen, insisto y nada.

Uno de los agentes de los tres recién llegados pide una “wincha”, les digo que no la necesito, que puedo manejar y que no quiero pagarla, sugiero que uno o alguno de ellos podrían ir conmigo hasta dejar el vehículo en el sitio de retención o donde ellos me indiquen que debo dejarlo, “es el procedimiento” me dicen y que usarán la “wincha” municipal, o sea platita para el municipio.

Le pido a mi esposa que llame a mi padre para que venga por mis tías y las lleve a su casa, seguro el que ellas se queden en la calle de madrugada no es el problema de los esforzados agentes de ese sui géneris operativo. Mi esposa llama a mi padre y a mi hermano que además es mi abogado aunque nunca lo uso, es que no me meto en muchos líos. Cuando llegan, luego de cinco minutos, mis padres están en pijama, mi hermano viene de la fiesta de grado de mi sobrino; para entonces hay entre quince y veinte agentes, más el bus que lideraba el operativo, donde según el agente que me detuvo “ya hay cuatro infractores más” o incautos serán, a la suma de recursos añádanle una camioneta, una “wincha”, dos motocicletas con sus respectivos motociclistas, un agente armado de una filmadora que usa con descarado disimulo y cuyo video supongo que convierte el abuso en “asunto administrativo” y al abusado en infractor.

El camarógrafo se para junto a mí y a otro recién llegado agente, parece buscar lo que a su juicio es el mejor ángulo para tomar el “parte policial” que da el agente que llego con él al “sargento” que “comanda el operativo”; el recién llegado en muestra de su desconocimiento del hecho o será por procedimiento, inicia con la siguiente afirmación “se comprueba que el señor se encuentra en estado etílico”, inmediatamente le respondo que “a mí no me han hecho ninguna prueba”, él convencido explica que la prueba es “soplar”, para luego de decirle que tampoco “me han hecho soplar” y que “yo pedí la prueba y nunca me la hicieron” cambia a “se hace la prueba para comprobar que el señor está en estado etílico (sic) y al ser negativo, se le piden los papeles”, acantinflado discurso que se entendería como “si no caes a la primera caes luego, pero caes porque caes”.

Atrás y junto al “sargento” un agente se ríe y burla, mientras otro nos dispone “no irán a publicar nada en facebook” ¡Gran pendejo! yo sé y él sabe que no le voy a hacer caso. Ojo, mientras las escenas pasan, nunca me resisto al procedimiento.

Luego de unos minutos el “sargento” se acerca y me dice al oído “si no quiere que su vehículo tenga daños, póngale en neutro y déjelo chorrear para subirlo a la “wincha””, “no necesito una “wincha” les dije desde el inicio”  respondo ya enojado, le añado que “nunca me opuse a que detuvieran el vehículo y hasta pregunte varias veces la dirección dónde dejarlo”.

Después de discutir y dejar claro que podía manejar, que no necesitaba la “wincha”, que consideraba un abuso que me hayan lanzado un bus y todo lo que hacían, al fin deciden olvidar su “es el procedimiento” (que al otro día descubro que no es), que la agente con mis documentos me acompañará a dejar el carro mientras una de las motos me indicaría el camino. Con esa instrucción subo al carro, me pongo el cinturón mientras espero que la agente suba también, el otro motociclista (que al fin fue quien nos acompañó) se para junto a la puerta y se queda allí en actitud amenazante, esperando el menor descuido para intervenir, para calmarlo le explico lo que segundos antes el mismo había escuchado, que iba al patio de retención y me acompañaría la agente, no me quita la vista de encima.

Rumbo al patio, tomo la Avenida Manuelita Sáenz hacia abajo, giro en la Victor Hugo, sigo hasta llegar donde la vía está cerrada, “menuda inauguración” digo, "si esto está aún cerrado", giro a la derecha y luego a la izquierda, el motociclista enojado en lugar de guiarnos nos sigue; frente al Mall de los Andes giro nuevamente a la izquierda, luego a la derecha, llego al puente, ya no están las caras alegres de las tres autoridades, ni sus banderas, ni su sonrisa que parece olvidar que un hospital es más importante que un puente; los grupos de vallenatos tampoco están; tampoco los noveleros, deben estar dormidos, tampoco están los funcionarios del municipio.

En pocos minutos llegamos al patio de retención vehicular frente al Colegio Guayaquil (nos ahorramos 98 segundos gracias al puente), aparece un guardia vestido de caqui, una gorra de lana cubre su cabeza hasta debajo de las orejas -es que hace un frío terrible- ve a los agentes y abre la puerta para que ingresemos con el carro. Le pregunto dónde estaciono, piensa unos segundos y me asigna un sitio frente a la entrada, bajo del vehículo, veo al motociclista enojado empujando a mi hermano en la puerta de entrada, le llamo la atención mientras me acerco, le pregunto casi gritando “qué le pasa”, me responde “este es un lugar privado y ustedes se pueden robar algo”; bajo la voz intentando hablar como lo hago con los pendencieros que voy encontrando de cuando en cuando, “No hable pendejadas, primero, si esto es del municipio entonces es un bien público, luego, si no fuera por la forma abusiva como proceden no estaríamos aquí; por último, ¿Qué es ese comportamiento? Usted porta un uniforme, es empleado público, entonces usted es el primer obligado a portarse correctamente”.

Salgo de allí a las dos y treinta, sin un solo papel que garantice que mi vehículo permanecerá en buen estado, debo confiar supongo.

Al fin, nunca recibí la citación por la infracción de haber conducido sin luces, lo que fue la causa por la que me lanzaron violentamente un bus municipal (si los agentes civiles son municipales entonces el bus es municipal), con cuatro detenidos y varios agentes civiles del GAD Ambato dentro, tampoco recibí citación por manejar sin cinturón que fue la segunda acusación falsa, tampoco fui detenido por “dar positivo” en una prueba de alcohol que nunca me hicieron (tengo la grabación y ellos también la tienen), pienso "que culpa tienen ellos si desconocen mi terrible hábito de no tomar alcohol", todo termina en la retención de mi vehículo por falta de pago de la matrícula, eso sí, gracias al trabajo sacrificado del Súper Agente 86 apoyado por entre quince y veinte personas (número que no incluye a los “cuatro detenidos más”), un bus del municipio, una camioneta también municipal, dos motocicletas con sus respectivos motociclistas (Rambo uno de ellos), una cámara filmadora con Almodóvar vestido de agente como trípode y una “wincha” municipal (que seguro no les paga comisión).

(Perdón por el sarcasmo)

El lunes 25 de julio, cerca de la una de la tarde, regreso al patio de retención con los documentos completos, entre ellos el pago actualizado de la matrícula y la orden de retiro del vehículo, aunque he conocido a un realmente amable abogado que me atendió en las oficinas de la Bolívar, sé que he perdido un día de trabajo y uno en la vida (aquellos días en los que uno no aprende nada son días perdidos).

Ya en el Patio de Retención Vehicular me atiende una agente también amable, solo se enoja cuando le digo que consideraba un abuso la forma como retuvieron el carro y que a sabiendas de que la mayoría de quienes trabajan en esa dependencia deben ser buenas personas y buenos funcionarios, actos como el vivido los convierte en una institución abusiva.

Mientras mira los documentos me pide que tome asiento (cierra la frase con ese “caballero” meloso y desagradable que parece ser una consigna); miro las sillas donde podría sentarme, en una hay un chaleco, uniforme de alguno de los guardias y en otra un gato gris que parecería ser quien supervisa el trabajo de los agentes si no fuera porque duerme placenteramente, a pata batiente, y, todos sabemos que mientras el gato duerme…

... Para qué voy a despertar al gato si puedo quedarme de pie.


Ambato, 25 de julio de 2016

viernes, 27 de mayo de 2016

Paisajes de Manabí.

La cultura popular repite como verdadero el poder que la imagen tiene para comunicar, afirma permanentemente sobre la contundencia de la imagen para superar mil a uno la capacidad de la palabra al momento de transmitir. Sí es así entonces una cámara de fotos  e incluso un teléfono móvil pueden mover más conciencias que las que lograría mover un discurso,  un papel y un lápiz o un computador más un blog (ni modo, entro con desventaja).

Si parto de esa premisa, imagen mejor que palabra, la inquietud subsecuente es: ¿se puede mostrar una imagen fabricada con palabras escritas o habladas? ¿Enmarcadita y rotulada tal como lo haríamos en una exposición fotográfica?; pienso que sí, que es posible, de hecho me he tomado estos dos primeros párrafos como introducción previa a la presentación de algunas imágenes que pude capturar en las últimas semanas, en el Manabí que nos dejó (¿?) el sismo del 16 de abril del 16, las cuelgo a continuación junto con la advertencia para mis amigos fotógrafos (aficionados y profesionales) que no existe ni un archivo RAW ni un JPG porque simplemente esas imágenes no fueron capturadas con el lente de mi Nikon pues, lo reconozco, mi cámara siempre ha pecado de tímida.

 Imagen 1. Esposo, padre y abuelo; Pedernales, mayo 2016.

“Tengo setenta y ocho años, no soy jubilado. ¿Renta? ¿Qué es eso?... No me gustó estudiar, aquí no había escuela cerca, nunca fui; mi mujer estuvo hasta segundo grado; ¿mi hijo? Sí, vive conmigo, tiene 34 años, él estuvo hasta cuarto grado pero mi nuera no estudio; mi nieta si va a la escuela, está en octavo A”

Imagen 2. Montubio; San Vicente, mayo 2016.

“Ingeniero (usted es ingeniero o economista o qué es), mire mis manos, yo soy agricultor, cultivo sandía, plátano, de todo cultivo; tengo dos hijos, también son ingenieros, los hice a golpe de machete… Ingeniero, ¿por qué no hay ayuda para el campo?”

Imagen 3. Amador; Jaramijó, mayo 2016.

“Yo soy pescador, mi papá fue pescador igual que mi abuelo, salgo al mar 15 días, a veces más, al regreso me pagan veinte dólares, el dueño es buena gente, me da veinte más y algunos pescados”

Imagen 4. María; Manta, mayo 2016.

“Nunca me ha gustado que mis hijos sean vagos, yo los hago trabajar, el otro día a uno le llamaron para pintar una casa, se fue, le pagaron cuarenta dólares, con eso compro comidita para los hijos de él; cuando le pagaron me compro un champú para que me lave el pelo, para que me vea bien, mi hijo es bueno”

¿Qué me dicen esas imágenes? Que al igual que un golpe certero rompe la cascara de un huevo, deja en evidencia su interior y desparrama su contenido, el terremoto quebró a Manabí y Esmeraldas en 50 segundos  sacando a la superficie una realidad que como sociedad nos negamos a ver aunque siempre ha estado allí, nos confirmó que los desastres no son causados por la naturaleza con sus impredecibles fenómenos y que las afectaciones son el resultado de la pobreza, de la exclusión histórica que provocó esa lejanía endémica del estado central (lo que apenas se empezó a revertir en la última década), la desigualdad, el asumir como normal y adecuado a la costumbre; también nos mostró la inmensa empatia de un país que no pone reparos en aportar a montones y salir en auxilio de quienes necesitan (más cuando nos unen familiaridad e identidad), un país que celebra que su solidaridad vacíe las perchas de un supermercado donde la mayoría de quienes reciben los productos no podrían comprarlos porque carecían de recursos para hacerlo.

A diferencia de lo que sucede con el objeto roto que al intentar arreglarlo siempre queda peor, esta desgracia es una oportunidad dorada para implementar el “deber ser”, para edificar mejor y cimentar un futuro distinto al que estaban condenadas esas poblaciones; para ello (siempre desde mi óptica) no debemos pensar en una reconstrucción planificada desde afuera, ni solo marcarla desde la solidaridad, ni solo desde el compromiso, ni solo desde lo práctico ni solo desde lo romántico, ni tan solo hacerlo por obligación de la ley, tampoco enfocarnos exclusivamente en el presupuesto estatal, ni hacerlo desde la visión técnica como argumento único, peor desde la urgencia política (que no significa no hacerlo rápido sino hacerlo bien), hay que excluir la demanda de quien desconoce,  alejarnos del criterio del cegado por sus intereses personales, huir del que vocifera desde las redes sociales, del que no suma, hay que desmontar la trinchera del que se promueve o promueve a otro, también la del letrado bloguero o del connotado periodista que mira borroso, cegado por su deseo de que todo fracase.

El camino es reconstruir con la gente en el centro de la propuesta, con las personas participando, desde sus necesidades, desde su visión y cultura, eliminando riesgos para evitar desastres futuros, mejorando (aún mas) las normas, con amor, con alegría, pero sobre y ante todo eliminando las condiciones de origen, las que el cascarón roto dejó en evidencia aquí y en todo el mundo cada vez que ocurrió un desastre.

Si eliminar la pobreza es imperativo (lo afirmo), ¿por qué no iniciamos eliminándola de tajo en esos territorios? Asumámoslo como un ejercicio simbólico que marque el inicio de la tan trabajada erradicación de las condiciones pobreza y desigualdad en el Ecuador (sabemos que hemos avanzado y mucho pero somos conscientes que falta más), plantemos un hito que nos recuerde cada día que a los derechos ahora hay que añadirle oportunidades.

Imagen 5. Gire para donde gire Ud. siga derecho; Rocafuerte, mayo 2016.

 “Señor, ¿cómo voy a…? Vaya recto, cuando llegue al redondel no coja para la izquierda, coja para la derecha; luego siga recto hasta llegar a otro redondel, no coja para la derecha, coja para la izquierda, luego siga recto”

¡Cuidado! Las cosas que permanecen por mucho tiempo en un lugar (o en un estado) se mimetizan con el entorno, se convierten en parte del paisaje y desaparecen de la vista, luego las sabemos naturales, nos dejan de estorbar, se vuelven tan cómodas que hasta consideramos conveniente dejarlas allí, total si así han estado siempre por qué deberíamos cambiarlas ¡Diga!

jueves, 5 de mayo de 2016

La mochila más pesada

Así como los libros nos encuentran en el momento justo, las citas y enseñanzas que sacamos de ellos vienen a auxiliarnos cuando realmente las necesitamos. Aparecen de improviso, asombrándonos como lo hace el conejo blanco al salir de la chistera del mago.

La historia que voy a relatar, muy a mi manera por cierto, la encontré en un pequeño libro de pastas rojas que cayó en mis manos hace varios años, un texto que parecía escrito al apuro y que ocupaba tan pocas hojas que tardé solo un par de horas en leerlo y releerlo completamente.

El relato en cuestión iba más o menos de la siguiente manera, un grupo de hombres se había propuesto construir un campamento en lo alto de una montaña, desde ese lugar iniciarían una revolución (decían); el lugar escogido requería muchas horas de caminata por una vía precaria y peligrosa; además, la única forma posible para transportar el material para la construcción del campamento, era cargándolo dentro de sus mochilas de viaje y trepar la montaña con ellas a cuesta, una y otra y otra vez.

Luego de algunos días, varios viajes a la montaña y cuando el resto del grupo se había retirado a descansar,  el muchacho más joven se acercó al líder. Ramón -le dijo- ¿Cómo haces para que la gente te siga, que confíe y que respete las decisiones que tomas? El hombre le respondió, luego de señalar hacia el rincón del patio donde descansaban las mochilas llenas con el material que transportarían al día siguiente, –El trabajo de todos es llenar cada mochila hasta colmarlas todas, el mío es asegurarme de ser el primero en levantarse, estar listo, escoger la mochila más pesada y llevarla, junto a ustedes, a la montaña- (aquí debo confesar que partes de la historia se han ido añadiendo una a una cada vez que la cuento).

De esa historia siempre pude transcribir tres lecciones:
  • La primera, quien busca guiar debe preparase para hacerlo, adquirir conocimiento y habilidad, además debe estar listo en el momento adecuado. La responsabilidad de líder es tomar para sí la tarea más significativa, el trabajo de mayor sacrificio y ejecutarlo correctamente. El buen líder siempre debe estar listo más temprano, elegir la mochila más pesada y transportarla hacia la montaña. 
  • La segunda, el objetivo solo lo puede alcanzar un equipo organizado, que trabaja con orden y que transita una ruta trazada (aunque sea a lápiz grueso). El líder construye el equipo, luego será el equipo quien construya el campamento. 
  • La tercera lección es más simple aún, el equipo debe tener una meta clara (construir un campamento en la montaña), un objetivo que los movilice (iniciar una revolución) y contar con un plan establecido por anticipado.

Allí terminarían, historia y lecciones, si las habría contado antes del 16 de abril de 2016, pero en estas últimas semanas he podido añadir a mi colección de experiencias algunas nuevas, a) Se puede construir un objetivo utilizando el bricolaje participativo de ideas, b) los planes armados y rearmados en días además de posibles son deseables, c) la provisión de recursos (antes inexistentes) desde la gestión es una estrategia salvadora pero de gran riesgo. 

En estas semanas he visto también como se juntan personas desconocidas, que están motivadas por una recompensa superior al dinero y se movilizan en pos de un objetivo que comparten.

  •  La cuarta lección ahora me dice que la voluntad puede construir desde cero, que la visión obtiene recursos valiosos de un entorno donde parecería que no existen, afirma que es la necesidad quien marca el tiempo (siempre corto) para actuar y que el motor que convoca, provoca y moviliza (cuando falta todo) es la identidad (ser y pertenecer), la misma identidad que de un sacudón nos despierta y nos muestra quiénes somos y de qué estamos hechos.



Jaramijó, Manabí, 5 de mayo de 2016.

sábado, 16 de abril de 2016

Un baile en el pueblo

Con solo cruzar bajo el nivel de las nubes aparece el pueblo con sus casas blancas, allí, agachadas en el fondo, olvidadas, tristes, solas.

El joven militar baja de su cabalgadura, camina unos pasos, se estira, cierra por unos segundos los ojos, abre las manos, mueve de lado a lado su cabeza, aspira por la nariz suficiente aire para llenar sus pulmones, abre los ojos y lentamente sopla hasta vaciar sus pulmones nuevamente; se queda allí, inmóvil, mirando desde la altura, recorriendo el espacio más que con la vista con la memoria. A la izquierda descubre el cementerio cercado por un solo lado, con su calle de tierra y lodo, con su puerta en arco, repleto de tumbas anónimas debido a que el tiempo se encargó de borrar de las cruces de madera los nombres de sus muertos. En el centro halla la plaza aún descubierta, es un cuadrado de tierra y huesos de animales, alrededor están la iglesia, la única tienda del pueblo, la Tenencia Política y la escuela de los Hermanos Quijano y Ordoñez.

Detrás, como telón de fondo, se muestra el paisaje que el río Toachi pacientemente ha ido esculpiendo hasta formar barrancos, encañonados y planicies a ser apisonadas por el yugo de buey, arado y sudor de pobre.

Unos en grupo, otros solos, llegan para abarrotarse frente a la entrada de la casa en la esquina de la plaza, sí, la que queda al cruzar la calle desde la iglesia. Unos vienen para conocer al joven militar en cuyo honor se organizó el baile, otros, los menos, están más interesados por el inusual festejo organizado a volandas apenas 24 días después del 31 de diciembre y exactamente dos años antes del día en que comisionado por su cuñado se apresurará a ejecutar la orden de capturar al sexto de los Alfaro, trasladándolo desde el vapor Quito hacia el Libertador Bolívar para dejarlo luego en la Gobernación del Guayas y así citarlo con la historia.

Dentro de la casa de bahareque, cal y teja traída desde la Victoria, el Maximino afina de oído su maltrecha mandolina italiana –sol sol, re re, la la, mi mi- dice entre dientes, al tiempo en que va torturando una a una las cuerdas del instrumento; un violín, una guitarra y un guitarrón completan el cuarteto de cuerdas que lanza el primer compás del vals Presidente Alfaro al solo percibir bajo el dintel de la puerta la silueta del ilustre convidado. Las notas se atropellan en un desaguisado intento por encontrar una armonía que solo logran entre el segundo y tercer compás.

-Que gusto Juan Manuel- le dicen al pasar mientras mueven respetuosamente la cabeza o le extienden la mano en un saludo que es correspondido con amabilidad y calidez, otros más cercanos lo saludaban con un abrazo y varios golpes en la espalda –pensar que la última vez que te vi fue el día en que Rosita y el Presidente García Moreno (Dios los tenga en su gloria) te sostuvieron en la pila bautismal- le dice otro, mientras el joven Lasso sonríe sin responder y camina hacia el centro del salón.

Como en una coreografía aprendida, se detiene en el centro del salón y gira con naturalidad practicada, saborea el momento con el mismo gusto con el que beberá años después (de tarde en tarde) interminables  tazas de café compartidas con sus contertulios de La Antorcha; aguarda unos segundos. Con un gesto hecho con la mano pide que se detenga la música, luego habla en voz alta, asegurándose que todos lo escuchen, su tono es grave y pausado, habla de la satisfacción por estar allí, de visitar a parte de su familia, menciona la gran preocupación que le provoca la noticia que el Rey de España decidió resolver el laudo limítrofe planteado por el país a favor del Perú, que la guerra es la única opción, que su estadía será corta pues antes del amanecer debe iniciar su retorno a Quito, que deja un importante donativo junto con la instrucción de que será utilizado para repartir alimentos entre la gente necesitada y para reparar los techos de la Tenencia Política. Cierra diciendo que les acompañará mientras dure la fiesta organizada en su honor.

Con un suave movimiento de cabeza pide que se reanude la música y al instante la mandolina del Maximino arranca esta vez con el vals Chile y Ecuador, en el fondo del salón y desde un patio interior inician el reparto, en vasos llenos hasta la mitad, del puro que de a poco se va sacando de uno de los zurrones traídos desde La Palma.

El Joven militar camina hacia donde se encuentran sus parientes, se detiene, hace una suerte de genuflexión, ofrece gentilmente su mano y dice: Estercita, me concedería la gracia de bailar con usted.


Al regreso hacia la Cienega y apenas al coronar la cuesta la obscuridad da paso a un azul intenso interrumpido por el blanco de unas pocas nubes. Detrás del Cotopaxi se asoma con timidez el Sol frío del páramo. El viento helado mueve los pajonales de color cobre en un sonoro vaivén que a la vez protege la tierra negra y húmeda de recoger pequeñas gotas de agua que han dejado las nubes que se agolpan en estos parajes entre las últimas horas de la tarde y las primeras de la noche. 



El Coronel de El Hato repetirá el baile al inaugurar el salón de fiesta en el que mandó convertir la capilla de Guachalá (para espanto de curas y beatas) el mismo día en que inicio su efímera revolución socialista armando un ejército con los huasipungeros y peones de la hacienda que antes fue casa presidencial de su padrino de bautizo y que por entonces alquilaba a su tía Josefina, la misma propiedad que luego se convertiría en refugio para su primo Neptalí, expulsado de la presidencia por constitucionalistas, masones y por el mismo Coronel quien por cuatro días correteo a bala de cañón a sus partidarios, expulsándolos desde la plazoleta de Santo Domingo hasta perderse por las laderas de Quito.

miércoles, 20 de enero de 2016

Ambato entre flores, frutas y fotorradares.

Hace unos días escuche por la radio un extracto de alguna entrevista realizada al Gerente de la empresa que administra el sistema de multas a través de los (8) fotorradares fijos instalados en la ciudad de Ambato, en ella oí mencionar, al señor cuyo nombre desconozco, que el único interés de la empresa es evitar las muertes en accidentes de tránsito y que la acción (multar a conductores por exceso de velocidad) había sido exitosa pues se “habían registrado cero muertes por accidentes de tránsito”, ¿se habrá referido a aquellas muertes (no) ocurridas al pie del fotorradar? -Pensé-, de otra manera su afirmación sería doblemente inexacta, una porque las empresas persiguen rentabilidad (lo que es correcto) y otra porque lastimosamente en Ambato, en Tungurahua y en el País siguen ocurriendo muchas muertes en accidentes de tránsito.
Para información de quien lea esta entrada de mi blog, mencionaré algunas cifras de la Agencia Nacional de Transito que corresponden al año 2015.
En el Cantón Ambato, hasta diciembre 2015, se produjeron 61 muertes violentas en accidentes de tránsito, 14 menos que en el mismo período de 2014, donde el total fue de 75. Es decir, la afirmación exacta debió haber sido que se produjeron 61 muertes “in situ” por accidentes de tránsito en Ambato durante el año 2015 (no cero).
Con ese dato en mente, la siguiente pregunta es ¿Cuánto de esta disminución se debió a las fotomultas? Considerando que existen muchos informes internacionales que dan cuenta del impacto positivo de la utilización de fotorradares para disminuir el riesgo mortal en accidentes de tránsito (en Francia o Chile por ejemplo). Ahí la respuesta es un tanto compleja pues sería peregrino mencionar que toda la disminución (o nada de ella) se debe a esos artilugios y más cuando lo que podría leerse como una muy buena noticia tiene necesariamente que ser analizada en un contexto más amplio. Con ese fin añado algunas cifras para que usted saque sus propias conclusiones: la tasa de muertes en accidentes de tránsito en Ambato es de 17 fallecidos por cada 100.000 habitantes, es decir, 4 puntos más alta que la tasa nacional y 8 puntos más alta que la de Quito (donde también existen fotorradares), además coloca a Ambato en la sexta posición entre los cantones capital de provincia con la tasa más alta de fallecidos “in situ”.
Las mayores reducciones de esta tasa entre 2014 y 2015 se dieron en Zamora, Orellana y Latacunga  que son cantones donde, al día de hoy, no existen fotorradares fijos en zonas urbanas; Ambato apenas aparece en el treceavo puesto luego de doce cantones en los que dicho sea de paso tampoco existen fotorradares fijos y aun así lograron reducciones mayores a las que ocurrieron en nuestra ciudad, incluso nueve de ellos llegaron a tasas menores al 17 registrado en Ambato.
Pero, ¿por qué se produjeron los accidentes de tránsito con muertos en Ambato? El 26% de las personas fallecieron en accidentes cuya causa se registró como conducir superando los límites máximos de velocidad (a nivel nacional esa causa explica el 13% de los fallecidos), mientras que el 49% (casi uno de cada dos) fallecieron en accidentes ocurridos por una de las siguientes causas 1. Conducir bajo la influencia del alcohol (16%) 2. No respetar las señales de tránsito (11%) 3. No transitar por las aceras o por zonas seguras (11%) y 4. Conducir desatento (10%), en este último la desatención pudo deberse al uso del celular, mirar pantallas de video, comer o maquillarse mientras conduce.
Por otro lado, una publicación del lunes 14 de diciembre de 2015 del Diario la Hora menciona que desde enero a octubre de ese año se registraron 30.000 fotomultas en Ambato generando 7.3 millones de dólares, de ellos 3.79 millones ingresarán a las arcas municipales (52%) mientras que 3.13 millones de dólares (43%) recibirá la empresa que instaló los fotorradares y 365.000 dólares (5%) se destinarán para programas de educación vial. La duda que me genera esta información (la que supongo confiable) está en los pesos que parecerían haber puesto como equilibrio entre los beneficios económicos que persigue la empresa (y sus accionistas o socios) versus aquellos beneficios sociales y ciudadanos que debería ser el norte (o sur según el gusto) que guíen la acción municipal, los cuales se le deben haber olvidado a quienes decidieron o ejecutan esta estrategia al ponderar más alto la rentabilidad empresarial obtenida que la seguridad y el ingreso de las familias de la ciudad.
Lo más fácil es culpar a otro (administración anterior o gobierno nacional) y hasta dejar la responsabilidad del resultado en el causante o en la victima del accidente fatal, pero las cifras son claras y deben servir para que el GAD Ambato, con su alcalde y concejales a la cabeza decidan, ellos sí, con el único objetivo de evitar las muertes violentas en accidentes de tránsito y no en busca de mayores ingresos para el presupuesto municipal (ojo, con solo administrar ellos mismo el sistema de fotorradares duplicarían el ingreso municipal por ese rubro), las cifras deben servir también  para que los encargados de la operatividad del tránsito en el cantón desarrollen las estrategias que garanticen mejores resultados contados en disminución de muertes y lesionados y que no deberían estar exclusivamente basadas en la coerción y el castigo (multar o detener) a infractores e incautos.
Otras preguntas sin respuesta obvia son: ¿por qué la mayoría de fotorradares están en bajadas, en las entradas a ciudad o apuntan hacia el carril contrario? ¿El GAD municipal cuenta con un estudio técnico que determine el impacto de los fotorradares en la disminución de las muertes en accidentes de tránsito en Ambato? ¿Cómo se piensa utilizar el monto recaudado por este tipo de multas? ¿Qué otras estrategias, con el mismo fin, son implementadas en la ciudad y cuál ha sido el impacto de ellas?

Usted qué opina.

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