martes, 21 de julio de 2020

Por qué no volver a la normalidad


En varios momentos de la historia moderna, en especial en aquellos que han sido particularmente complejos, los países han convocado a sus expertos para hallar soluciones o rutas de escape para superar el padecimiento general o al menos aliviarlo, cosa que siempre sucedió a medias. Mientras se dieron esos conclaves, fueron las poblaciones sobre las que se decidía, las que fueron resolviendo sus problemas utilizando sus propios recursos e iniciativas, han sido los hogares los que en no pocas ocasiones debieron afrontar, además de las pandemias originales, otras añadidas por las malas decisiones, la falta de empatía o por los intereses de quienes estaban obligados a resolverlas.
En el momento actual, esos comisionados o auto convocados, se han reunido y han hecho o están preparando sus propuestas, más que nunca la humanidad entera depende de las definiciones de esos pequeños grupos de decisores, incluso para realizar actividades cotidianas como salir a caminar, tomar café con amigos o abrir el negocio del cual depende su economía. Las mayorías, convencidas de que ante la situación actual solo sirve la resignación, deposita su esperanza en lo que podría hacer la ciencia mientras se plantea como objetivo volver a la normalidad, al menos hasta donde esa normalidad sea posible.

Mi particular punto de vista, siempre ingenuo, propone no aceptar el regreso a la normalidad o a una nueva normalidad sostenida en lo que antes de la emergencia considerábamos normal, es imprescindible incluir en el debate de la recuperación las siguientes razones para no retornar a lo normal: 1. la normalidad ha sido la mala calidad del empleo, la exclusión de la mujer del mercado laboral y la flexibilización que subsidia a la empresa desde la mano de obra de los hogares; 2. la normalidad ha sido la desnutrición infantil provocada, entre otras, por la falta de acceso a agua segura y que condena tempranamente a los niños a replicar las condiciones de pobreza y exclusión de sus padres y abuelos; 3. la normalidad ha sido la violencia y la discriminación; 4. la normalidad son las condiciones de pobreza acentuadas por étnica, género y lugar de residencia; 5. la normalidad son las muertes violentas en siniestros de tránsito, donde históricamente se ha delegado responsabilidades en el conductor quien la traslada al fallecido; 6. la normalidad ha sido la falta de acceso a la educación, en especial a la superior, donde el negocio ha superado a la razón de ser de las Instituciones; 7. La normalidad ha sido la falta de acceso a la salud, no de hoy, de siempre; 8. la normalidad ha sido también la falta de acceso a la justicia de calidad, que pasó de ser “solo para los de poncho” a convertirse en herramienta para “sostener la democracia”; y 9. La normalidad es el aprovechar el cargo público para sostener la estructura de feudo personal, para intercambiar decisiones por dádivas o simplemente para apropiarse de los recursos públicos en beneficio propio y de los cercanos. La normalidad ha sido la eternización del cínico, beneficiario de elites que elaboran reglas que no cumplen.

Qué hacemos se preguntará quien lea esta publicación, a ella o a él le ofrezco una respuesta nuevamente ingenua, la que he enfrentado a una larga cavilación y que, en sí es más un criterio que una solución, propongo (ya lo he hecho antes) la reciprocidad como centro de cada acción, al menos mientras se resuelven los problemas mayores (entiéndase los nacionales, los de las grandes ciudades y las que afectan a los grupos económicos), propongo también, abandonar la resignación e incrementar la desconfianza, actuar dentro de lo local y lo cercano, activar las redes personales de cuidado, las humanas más que las sociales, depositar cada unidad monetaria en los cercanos, apoyar el emprendimiento local.

En resumen: más que solidarios propongo ser recíprocos, más que optimistas propongo ser precavidos.


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