Ambato, 15 de mayo de 2022
Son varias las dimensiones de análisis con las cuales abordar la vida y la obra de Carlos Quinde Mancero, las que, aún a riesgo de omitir espacios importantes de su legado, podrían estructurarse de la siguiente manera:
La primera dimensión, la de ser un hombre
público, líder social y líder político que gozó de la confianza de quienes votaron por él en elecciones populares, así como también contó con el respeto y la confianza de personas que le delegaron importantes cargos públicos, varios relacionados con nuestra ciudad, la que fue su casa desde los cinco años. Hoy, Ambato es mejor gracias a su trabajo, visión y esfuerzo.
La segunda dimensión, la de ser maestro
universitario, influyendo a través de la formación de cientos de profesionales
en el desarrollo de la provincia y la región. Su permanente interés por
investigar, por comprender y por formarse, lo trasladó a las universidades que lo
acogieron en sus aulas y centros como profesor y director, allí construyó gran parte del espíritu que esas
instituciones hoy valoran y predican.
La tercera dimensión, la de ser actor
destacado de la cultura, es su rostro más conocido. Es en ella donde podrán encontrar y entender en su integralidad al ser humano que fue, comprobarán que allí conviven el líder social, el maestro y el artista, es
en ese espacio en el que él construye y guarda su obra, totalmente inmaterial pero imperecedera, es allí donde juega con
el sentir, con la memoria, con los sonidos y con el movimiento. El cofre que elije para guardar su obra es el Grupo Tungurahua, al que
ama profundamente, al que cuida para mostrarlo con orgullo en el mundo entero y
al que el mundo, recíprocamente, recibe con asombro, respeto y admiración.
En el Grupo Tungurahua está también su familia, convertida en una cuarta
dimensión para el abordaje de quienes pretendan estudiar su vida, su familia fue siempre su razón principal, su motivo. Nada es Carlos
Quinde Mancero sin Mary Marcial, nada es el Grupo Tungurahua sin ella.
La quinta dimensión, la de ser amigo, es la razón
que motiva este post de despedida y mi testimonio, que borroneo a lápiz grueso para reconocer al ser humano que conocí y al que considero que fue (y es) un hombre solidario, capaz de festejar los logros de otros y
de todos “sus tungurahua”, de entregar su consejo oportuno y de ofrecerse, sin pedir compensación alguna, como cómplice para cada idea que le parecía buena, lo hizo conmigo varias veces.
El mundo del folclor lo recordará por lo que mostró
en sus escenarios, lo verán en su Fiñashca, en sus Avagos y Disfrazados, en su Novia Salasaca y sus Semblanzas del Pueblo de Tungurahua,
en sus Ñustas, Campaneros y San Pedros; también permanecerá en la fiesta (aunque nadie lo sepa, aunque nadie lo acepte), lo
encontrarán en la estructura de desfiles y comparsas, en las composiciones coreográficas de quienes al copiarlo propagaron su escuela de danza tradicional, en sus festivales de folclor, en las aperturas de cada elección
de reina, en sus carros alegóricos, en todo en realidad, inmaterial, imperecedero.
Dicen que Carlos Quinde Mancero ha muerto, pero
es mentira, los heraldos olvidan que la cultura (como Dios) nunca muere, no saben que Carlos vivirá en su
obra.
(Aquí estoy querido Carlos, aquí estamos, como
siempre, ¡hasta que caiga el último danzante!)