Cada pasillo entre los estands amplifica el alboroto en la Feria del Libro (Fil Quito), organizada por los "Quito Renace". Es lunes por la noche y estoy parado ahí, mirando el país comprimido dentro de lo que antes fue el Aeropuerto Mariscal Sucre.
Dicen que no incluyeron a todos los que querían estar y es evidente que reservaron el mejor lugar para las grandes comercializadoras, que se ubican frente a una Colombia que vino a contarnos sobre los cien años de "La Vorágine" de José Eustasio Rivera y del Gabo, sus mariposas y su olvido.
Entre el barullo, un escritor, emprendedor y autopublicado, se esfuerza en promocionar el libro en el que ha colocado sus esperanzas y su futuro. Casi con desesperación aborda a las personas que pasan a su lado. Saluda, cuenta, convence y autografía cada libro que vende. Al fondo, otros se han juntado en algo más formal, una nueva editorial. Hablan, gesticulan, sonríen y, al vender, regalan la ficha que han elaborado con información sobre un apellido, algo más de cien dicen cuando las dan a elegir. Una pequeña muestra de los 76.000 apellidos que se han registrado desde 1900 en Ecuador y que nadie ha contado.
El lugar más concurrido es el de los libros huérfanos, aquellos que sus dueños abandonaron o que algún heredero prefirió negociar a cambio de unos pocos dólares. A un costado se encuentra una mujer joven, bien vestida, de pelo largo, que parece poco interesada en los libros. La veo tomar uno y deslizarlo entre el blanco de su estómago y el rosa de su pantalón. Para disimular, levanta sus manos y recoge su cabello en una cola. Al bajarlas, cae el pliegue de su blusa, ocultando el objeto robado. Me limito a observarla, aunque no puedo culpar a alguien por tomar para sí un libro (o un pan), el acto es un robo de oportunidad como los muchos que suceden en calles y paradas de transporte todos los días y que nadie denuncia.
Antes de salir de la feria me detengo frente a los estands de las universidades, los que parecerían competir por cuál es el fondo editorial más aburrido. Al final, elijo dos publicaciones del fondo de la USFQ: "La Piel del Miedo" de Javier Vásconez y "La Dignidad" de Donna Hicks, libros que, al llegar a casa, dejaré junto a "Vigilar y Castigar" de Foucault para recordarme que habito un país que se acostumbró a que unos (los violentos) castiguen y destrocen el cuerpo de quienes marcaron como enemigos, mientras que otros (los políticos) señalan y arrastran el nombre y honra de quien se les apetece.
En fin, solo son cosas de los libros.