Aunque son algo más de las dos y media de la tarde, el sol cae casi perpendicular sobre nuestras cabezas, obligando a Lucía y Sofía a refugiarse bajo la sombra del alero de la casa de ladrillo situada en una de las empinadas calles que separan la zona urbana de San Miguel de la parte rural de ese cantón en la provincia de Bolívar. En el suelo de tierra apisonada, se extiende un saco de yute sobre el que secan unas vainas de frejol canario. Sobre ellas, un tendedero de ropa sostiene una cobija marrón con flores de tonos rojizos. Detrás de las mujeres, que permanecen sentadas en un par de taburetes plásticos, se ven varios bidones que servían para guardar agua y ahora se usan como macetas para cultivar los claveles rojos que adornan las ventanas de la casa.
En la esquina estoy yo, observando cómo Lucía conduce la encuesta que la Oficina de Estadística del Ecuador ensaya en ese hogar. La investigadora guía cada pregunta buscando cada respuesta, al hacerlo modula su voz, pausándola, elevándola o acallándola de forma suave y precisa. Durante dos horas y media, Lucía recabará datos sobre los gastos personales y los del hogar que Sofía comparte con Esteban y sus dos hijas, indagando por productos, cantidades, precios y lugares de compra.
"La feria", dice Sofía, "es nuestra principal proveedora". De ahí obtiene los pocos productos que compra cada mes, en su mayoría industrializados: papel higiénico, toallas sanitarias, una lata de atún y, hasta pasta de dientes a uno con treinta y cinco dólares el tubo mediano. La feria también le provee de alimentos, ocho pescados y un pollo que desmenuza en pequeñas porciones para alimentar a la familia, más una funda de dos kilos de sal que durará "bastante", ocho mandarinas por un dólar, y una bolsa de café por otro dólar, "embutidos no porque le prohibieron a mi hija". La familia tampoco compra refrescos, ya que prefieren preparar una jarra de agua que endulzan con el raspado que extraen del bloque de panela que compran en la misma feria de los jueves.
La harina de trigo y la de maíz la obtienen de las espigas y granos que Sofía lleva a moler luego que Don Severino le entrega como jornal por el trabajo al que la mujer llama “ir a ganar”, para completar el pago, recibe un desayuno y un almuerzo por cada día de trabajo. Según Esteban, cada una de esas comidas costaría "unos dos dólares con cincuenta" si se compraran en San Miguel. Es así como, una "lata" de harina de trigo y otra de maíz se suman a la dieta trimestral de la familia. "Con tres latas se completa un quintal" dirá Sofía.
Algunas veces, de la costa le envían yuca, pero las papas se toman del terreno que Esteban cultiva, al que viaja todos los días en su moto, gastando por semana cuatro dólares con sesenta centavos por cada tanqueada. “Menos el sábado pasado, no ve que estuve en la minga”, cuando los vecinos se organizaron para arreglar la calle frente a sus casas, que ahora luce polvorienta y a medio terminar.
De ese terreno también obtienen algo de leche, frejol y los chochos que demoran un año en “cargar” y que, una vez cosechados, se guardan otro año para ir consumiendo poco a poco. Detrás de la casa, un pequeño huerto proporciona hierbas, tanto medicinales como para cocinar, "dan todo lo que necesitamos", excepto culantro, del que "la semana pasada compramos un atado en la tienda".
El mes anterior gastaron un dólar para no perder la línea del teléfono celular y diecisiete para el internet que necesitan las niñas para estudiar, un pantalón de caballero y tres medias de esas "cortitas", más otros cinco dólares con sesenta en cuatro pasajes de ida y vuelta a Guaranda, tres de ochenta centavos de ida y ochenta centavos de vuelta, más otro que solo cobran medio pasaje porque el padre de Esteban es de la tercera edad. La revisión médica no tuvo costo, ya que se hizo en el hospital público de Guaranda. Sin embargo, los medicamentos para el asma de la hija menor tuvieron que comprarse en una farmacia de manera particular.
Al terminar la entrevista, Lucía cierra y guarda su tableta electrónica con el mismo cuidado con el que ha manejado cada pregunta, consciente de la importancia de cada detalle recogido. Se levanta lentamente, sintiendo en sus rodillas ese malestar que se ha vuelto un compañero constante. Extiende la mano y se despide de Sofía, agradeciendo el tiempo y la apertura, mientras avanza hacia la siguiente vivienda, sabiendo que cada dato registrado contribuye a la construcción de una realidad que necesita ser contada.
Yo, observo en silencio y recojo apuntes para construir esta bitácora.
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Notas:
- Para proteger la identidad de las personas, los nombres y direcciones han sido modificados.
- Con los datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares Urbanos y Rurales (ENIGHUR), el país actualiza una lista de productos llamada "canasta de bienes y servicios," que se usa para medir cómo cambian los precios (inflación). También permite calcular las líneas de pobreza, determinando quiénes pueden cubrir sus necesidades básicas y quiénes no.