Hace un par de meses alguien por redes sociales menciono que
entre él y yo había mucho “telón de fondo” y de seguro así debe ser en su
imaginario, y a pesar de que no creo tener ningún punto de contacto con este
ilustre caballero en realidad acertó en la metáfora del telón de fondo, claro, si adscribo su
significado a lo que menciona la RAE: Lienzo grande que se pone en el escenario
de un teatro de modo que pueda bajarse y subirse / Aquello que estando en
segundo plano explica o condiciona determinados hechos, procesos.
En “mi época de artista”, como dicen
en mi tierra, aún en época de colegio y como parte de lo que en ese entonces
era el programa de alfabetización, me encontré con la danza y el folclor, junto
con las tarimas, los escenarios, las presentaciones y como paso previo a mi
encuentro con Carlos Quinde y Los Tungurahua e iniciar oficialmente “mi época de artista profesional” con
un memorable debut en el Puyo bailando “San Pedro” en reemplazo del “Pelón” Vascones, hasta el primero de varios viajes a Europa, de donde
regrese bailando “hasta los silencios”.
Al tiempo de
adquirir tablas conocí muchos lugares entre los que destaco dos por sus
particularidades 1) Saintes, que a más de su festival me enseño que familia también
son los amigos (más cuando se tienen tan pocos amigos de corazón y tanta familia)
allí descubrí a los Turpín, además de al Guillo, al Negro Mariño, al Alex y al Juan Carlos. y 2) Confolens por ese
encuentro con una ciudad que a sabiendas de la llegada de Los Tungurahua le
gusta vestirse de Ambato y te recibe, en cualquier tienda o negocio, con el pasacalle Ambato, tierra de flores o, cuando vas por las calle la gente que te saluda, te canta el pasito tun tun o
el tostadito, así de la nada.
De esa época también viene algo que no muy a menudo comento, mi
encuentro con Dios (en la segunda visita al Santuario de Lourdes) y la breve charla
que mantuvimos. No, no me refiero a algún encuentro espiritual, peor a encontrarme al borde de la muerte o a
que me encontraba borracho o drogado (nací sin esos vicios, que le
vamos a hacer); me refiero a un encuentro personal, cara a cara y en cuerpo
presente con Dios. Si quieren saber de eso tendrá que ser en persona y si estoy de buen animo. Ojo, no predico nunca ni práctico a ultranza, mi
amigo Pablo Cuevas dice que soy católico light, yo para llevarle la contraria
digo que soy católico postmoderno.
Ese mismo Telón de Fondo me ubica en 1982 con mi primer
encuentro con la Fiesta de la Fruta, un amor a primera vista, de esos he tenido
dos y ambos terminaron en matrimonio. Gracias a la Fiesta y a Los Tungurahua
durante “mi época de artista” hice de todo, diseñe vestuario (sin ser
diseñador), coreografié comparsas, organice desfiles, fui jefe de piso en
varias elecciones de reina, actué y cante en televisión nacional y eso que solo
canto en el baño, me descalabre en vivo en televisión española y lo repitieron varias
veces, baile con los duros de la Opera de Paris y no en una fiesta, en un
escenario como tiene que ser, también diseñe productos para la Fiesta de la Fruta y los ejecuté, baile en la ronda
nocturnal y en varios desfiles (una con
la comparsa del Ambato cuando aún era colegio de señoritas) y disfrute también del aplauso al final de los Disfrazados de Quisapincha junto a los Tungurahua, en esos finales que siempre terminan con el público de pie en medio de los gritos de otra,
otra, otra. Nunca recibí un pago, ni
cuando bailaba ni cuando fui Director Cultural gracias a la bondadosa
invitación de Polo Guerrero, esa nunca fue la
idea, el objetivo era divertirse y obvio que me divertí a morir. Cuando recuerdo ese tiempo, siempre me planteó preguntarle a Carlos Quinde por qué no se despide a los
bailarines del Grupo como a los futbolistas, en un “partido de despedida” y frente al “resto
del mundo”.
En esos años vi pasar por los eventos de la Fiesta de la Fruta a Generales, Presidentes, Alcaldes, Diputados y Gobernadores (algunos junto a sus hijos y madres, siempre prepotentes y sin invitación), incluso fuera del país los vi pasar con comportamientos
similares, a estas personas se las olvida, solo se recuerdan las reinas, las comparsas,
los carros alegóricos, las alegorías de la catedral, los Disfrazados de Quisapincha,
los Avagos, el Carnaval de Yatzaputzan, la Bomba del Chota y la Iguana, o acaso alguien
puede olvidarse de los Tungurahua de Confolens, los Tungurahua de Cori, o de los Tungurahua de Cadiz y Ciudad Real.
Ese es mi telón de fondo, el que me permite
afirmar que “afuera soy ecuatoriano, aquí soy ambateño” y mencionar mi criterio sobre la Fiesta aunque moleste o estorbe. Perdón pero así
procedo, así propongo, así funciono, así disfruto y si al referido señor no le gusta, ni modo, se aguanta.