La cultura popular repite como verdadero el poder que la imagen tiene para
comunicar, afirma permanentemente sobre la contundencia de la imagen para
superar mil a uno la capacidad de la palabra al momento de transmitir. Sí es
así entonces una cámara de fotos e
incluso un teléfono móvil pueden mover más conciencias que las que lograría
mover un discurso, un papel y un lápiz o
un computador más un blog (ni modo, entro con desventaja).
Si parto de esa premisa, imagen mejor que palabra, la inquietud subsecuente
es: ¿se puede mostrar una imagen fabricada con palabras escritas o habladas? ¿Enmarcadita y rotulada tal como lo haríamos en una exposición fotográfica?; pienso que
sí, que es posible, de hecho me he tomado estos dos primeros párrafos como
introducción previa a la presentación de algunas imágenes que pude capturar en las
últimas semanas, en el Manabí que nos dejó (¿?) el sismo del 16 de abril del
16, las cuelgo a continuación junto con la advertencia para mis amigos
fotógrafos (aficionados y profesionales) que no existe ni un archivo RAW ni un
JPG porque simplemente esas imágenes no fueron capturadas con el lente de mi
Nikon pues, lo reconozco, mi cámara siempre ha pecado de tímida.
Imagen 1. Esposo, padre y abuelo; Pedernales,
mayo 2016.
“Tengo setenta y
ocho años, no soy jubilado. ¿Renta? ¿Qué es eso?... No me gustó estudiar, aquí
no había escuela cerca, nunca fui; mi mujer estuvo hasta segundo grado; ¿mi hijo? Sí,
vive conmigo, tiene 34 años, él estuvo hasta cuarto grado pero mi nuera no
estudio; mi nieta si va a la escuela, está en octavo A”
Imagen 2. Montubio;
San Vicente, mayo 2016.
“Ingeniero (usted
es ingeniero o economista o qué es), mire mis manos, yo soy agricultor, cultivo
sandía, plátano, de todo cultivo; tengo dos hijos, también son ingenieros, los
hice a golpe de machete… Ingeniero, ¿por qué no hay ayuda para el campo?”
Imagen 3. Amador;
Jaramijó, mayo 2016.
“Yo soy pescador,
mi papá fue pescador igual que mi abuelo, salgo al mar 15 días, a veces más, al
regreso me pagan veinte dólares, el dueño es buena gente, me da veinte más y
algunos pescados”
Imagen 4. María; Manta,
mayo 2016.
“Nunca me ha
gustado que mis hijos sean vagos, yo los hago trabajar, el otro día a uno le
llamaron para pintar una casa, se fue, le pagaron cuarenta dólares, con eso
compro comidita para los hijos de él; cuando le pagaron me compro un champú
para que me lave el pelo, para que me vea bien, mi hijo es bueno”
¿Qué me dicen
esas imágenes? Que al igual que un golpe certero rompe la cascara de un huevo,
deja en evidencia su interior y desparrama su contenido, el terremoto quebró a Manabí y
Esmeraldas en 50 segundos sacando a la
superficie una realidad que como sociedad nos negamos a ver aunque siempre ha
estado allí, nos confirmó que los desastres no son causados por la naturaleza
con sus impredecibles fenómenos y que las afectaciones son el resultado de la
pobreza, de la exclusión histórica que provocó esa lejanía endémica del estado
central (lo que apenas se empezó a revertir en la última década), la
desigualdad, el asumir como normal y adecuado a la costumbre; también nos
mostró la inmensa empatia de un país que no pone reparos en aportar a
montones y salir en auxilio de quienes necesitan (más cuando nos unen
familiaridad e identidad), un país que celebra que su solidaridad vacíe las perchas de un supermercado donde la mayoría de quienes reciben los productos no podrían comprarlos porque carecían de recursos para hacerlo.
A diferencia de lo que sucede con el objeto
roto que al intentar arreglarlo siempre queda peor, esta desgracia es una oportunidad
dorada para implementar el “deber ser”, para edificar mejor y cimentar un futuro
distinto al que estaban condenadas esas poblaciones; para ello (siempre desde
mi óptica) no debemos pensar en una reconstrucción planificada desde afuera, ni solo
marcarla desde la solidaridad, ni solo desde el compromiso, ni solo desde lo práctico ni solo desde lo romántico, ni tan solo hacerlo por obligación
de la ley, tampoco enfocarnos exclusivamente en el presupuesto estatal, ni hacerlo
desde la visión técnica como argumento único, peor desde la urgencia política
(que no significa no hacerlo rápido sino hacerlo bien), hay que excluir la
demanda de quien desconoce, alejarnos del
criterio del cegado por sus intereses personales, huir del que vocifera desde las
redes sociales, del que no suma, hay que desmontar la trinchera del que se
promueve o promueve a otro, también la del letrado bloguero o del connotado periodista que mira borroso,
cegado por su deseo de que todo fracase.
El camino es
reconstruir con la gente en el centro de la propuesta, con las personas
participando, desde sus necesidades, desde su visión y cultura, eliminando
riesgos para evitar desastres futuros, mejorando (aún mas) las normas, con amor, con alegría, pero
sobre y ante todo eliminando las condiciones de origen, las que el cascarón
roto dejó en evidencia aquí y en todo el mundo cada vez que ocurrió un
desastre.
Si eliminar la
pobreza es imperativo (lo afirmo), ¿por qué no iniciamos eliminándola de tajo en
esos territorios? Asumámoslo como un ejercicio simbólico que marque el inicio de
la tan trabajada erradicación de las condiciones pobreza y desigualdad en el
Ecuador (sabemos que hemos avanzado y mucho pero somos conscientes que falta más), plantemos un hito que
nos recuerde cada día que a los derechos ahora hay que añadirle oportunidades.
Imagen 5. Gire para donde gire Ud. siga derecho; Rocafuerte, mayo 2016.
“Señor, ¿cómo voy a…? Vaya recto, cuando
llegue al redondel no coja para la izquierda, coja para la derecha; luego siga
recto hasta llegar a otro redondel, no coja para la derecha, coja para la
izquierda, luego siga recto”
¡Cuidado! Las cosas
que permanecen por mucho tiempo en un lugar (o en un estado) se mimetizan con
el entorno, se convierten en parte del paisaje y desaparecen de la vista, luego
las sabemos naturales, nos dejan de estorbar, se vuelven tan cómodas que hasta consideramos
conveniente dejarlas allí, total si así han estado siempre por qué deberíamos
cambiarlas ¡Diga!