Sayri encontró una mariposa de alas azul cielo en medio del jardín, se detuvo a mirarla con esa curiosidad propia de los niños cuando descubren el mundo que los rodea. Con sorpresa, la vio flotar entre las flores de lupino como si bailara.
Sus cinco años la han convertido en una exploradora inquieta que disfruta por igual de perseguir al gato por toda la casa o de recorrer sola por los rincones inexplorados del jardín.
Su madre, al terminar de peinarla, le ha puesto listones en el pelo y ella, muy coqueta, ha elegido unas botas amarillas para caminar sobre la tierra negra y húmeda que ha dejado la lluvia por la noche.
Sayri aprendió a leer al mismo tiempo que empezaba a hablar; sin embargo, prefiere imitar los sonidos que hacen los animales, a quienes reconoce por sus ruidos más que por sus nombres. Antes de dormir, quizás se pregunte cómo suena una mariposa
Al sentirse observada, la frágil voladora acorta el tiempo que permanece sobre las flores. Con el tubito que forma su trompa, absorbe el néctar que le da la energía necesaria para vivir. Al volar, se orienta con ayuda de dos finas antenas que sobresalen de su cabeza, y que además utiliza para detectar amenazas mientras sus ojos gigantes observan todo. Su cuerpo, frágil y aterciopelado, se sostiene en seis patas que le permiten percibir olores, y en cuatro alas cubiertas de escamas del color cielo que dan a esas extremidades su aspecto de espejo quebradizo.
Sayri no lo sabe, pero la vida de la mariposa será corta y solitaria; apenas le alcanzará para volar por el jardín, alimentarse y dejar unos pocos huevos que darán origen a nuevas crisálidas. Cuando sienta tristeza, quizás se pregunte de qué está hecha la felicidad.
Ahora va detrás del insecto, que la lleva a encontrarse con un grupo de seres idénticos. Las observa elevarse y descender entre las flores, o posarse sobre algún charco que dejó la lluvia. Unas se detienen, otras avanzan, jugando a desaparecer entre las ramas y volver a aparecer entre las hojas. Sayri intenta seguirlas, primero a una, luego a otra, y después a una tercera. Salta para imitar su vuelo, luego sonríe. Su vestido se mueve con el viento, incorporándose a la danza de las aladas. Cuando recuerde el juego y el misterio, quizás se pregunte quién será el que enseña a bailar a las mariposas.
La pequeña vagabundea curiosa por el jardín, protegida con sus botas de caucho y un poncho de aguas que deja ver la falda de su vestido estampado con rosas, del mismo rojo que los lazos que rematan las trenzas con las que la han peinado. Sus ojos grandes, negros y atentos van en busqueda del próximo descubrimiento, mientras varias mariposas se han reunido para acompañarla. Van movidas por el viento, que esta vez ha decidido ponerse a bailar con ellas.
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Nota del Autor: Dedicado a Bárbara y Olivia, porque hay cosas que solo las niñas saben mirar.
Si te gustó la historia de Sayri, házmelo saber en un comentario, me encantará leerte.
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Encantador relato de uno de aquellos instantes que nos enamoran de la vida. Momentos impregnados de inocencia, juego, descubrimiento. Felicidades!
ResponderEliminarMuy hermosa y divertida historia que transmite alegría y añoranzas de la infancia con un toque de ternura.
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