jueves, 7 de noviembre de 2024

Datos, pupusas y la rosa náhuatl


Los vuelos de madrugada convocan personas de aspecto preocupado y cara triste, pienso mientras me coloco en la fila frente a la puerta A15 de la salida internacional en el aeropuerto de Quito. Serán dos horas y unos 30 minutos lo que durará el vuelo a San Salvador. Viajo para exponer la experiencia del censo que ejecutamos en 2022 durante la presentación de resultados del que El Salvador ejecutó en este año, al que el equipo del Banco Central de Reserva ha denominado “el primer censo 100% digital”.

La madrugada parece esconder las sonrisas y disimular la esperanza; al menos eso siento al considerar que buena parte de quienes comparten conmigo el vuelo de Avianca, no planean utilizar su boleto de regreso, o al menos no lo harán en un buen tiempo. Lo confirmo en las estaciones de migración del "Arnulfo Romero", con los comentarios de la mujer que realiza mi ingreso. "¿Tiene visa americana?", pregunta. "No", respondo, "se caducó y estoy por renovarla", añado. Entonces la mujer me explica que, si la hubiera tenido, habría aprobado mi ingreso por más de los 90 días que ha registrado. "Solo vengo por tres días", le digo antes de sonreír, agradecer y retirarme. 

Una vez fuera, me recibe Manuel, el delegado del Banco, a quien han encomendado mi traslado y el de la representante del Banco Central de Honduras que llegará unos minutos más tarde. Aprovecho la espera para tomar mi primera taza de café en El Salvador, que el amable funcionario insiste en pagar a pesar de mis negativas.

El evento será al día siguiente, así que haber llegado de madrugada me da tiempo para recorrer la ciudad. Me dirijo al centro histórico y paso buena parte de la mañana explorando los siete niveles de la BINAES, una impresionante biblioteca con espacios para lectores de todas las edades, intereses y ocupaciones. Me entretengo especialmente en dos áreas de la gigantesca infraestructura donada por el gobierno chino, en el espacio de libros en braille, donde el encargado me explica los artilugios que facilitan el acceso a las historias que contienen, como lupas electrónicas y lectores que transforman el texto en audio, cuando me retiro, él vuelve a colocar sus dedos sobre las blancas páginas del libro que lee, aunque no ve. Otro lugar de interés es el espacio dedicado a Saint-Exupéry y El Principito, donde se exhiben varias ediciones, me llama la atención una cuya portada negra destaca la figura de un niño sujetando una concha marina, está delante de un volcán y una pirámide. La edición ha sido traducida al náhuatl e ilustrada con referencias al mundo indígena.

El día del evento confirma lo que sentí al llegar y pude constatar en conversaciones con Manuel, los conductores de Uber, las mujeres encargadas del desayuno en el hotel (con pupusas, platanitos y un arroz con frijoles al que llaman “casamiento”), la mujer que trabaja como guardia en la puerta del BINAES y los dependientes en el restaurante y la cafetería del Bambú, el centro comercial cercano a la capilla donde una bala asesina, disparada desde un Volkswagen rojo estacionado a 31 metros, convirtió en santo a Monseñor Romero al intentar silenciar sus homilías a favor de los pobres.

San Salvador es un lugar de gente especialmente amable, donde se come bien y al que sus habitantes recomiendan como un sitio seguro, "a cualquier hora y en cualquier lugar" repiten. Los zaguanes en algunas de sus calles me recuerdan a Guayaquil, entonces siento el calor del puerto ecuatoriano, con la diferencia que aquí la gente se protege bajo los arbolados que cubren las calles y transitan sin estar pendientes de cada ruido y cada movimiento. 

En el evento las presentaciones transcurren lentamente. Lo mejor es la canción del censo y la radiografía del país que el presidente del Banco Central de Reserva presenta a través de cifras que yo interpreto sesgado por la imagen que tengo de ese país desde antes de visitarlo: “Son 6,03 millones de personas”, dice, “menos de las que habíamos pensado que serían” (algo que está ocurriendo en toda la región, pienso). “Hay 89 hombres por cada 100 mujeres” (fueron décadas de conflicto armado y violencia pandillera las que provocan esto, habrá que mirar cómo crecen esas diferencias en edades mayores a los 55 años, repaso mentalmente). “No se observa mucha migración interna” (apenas han logrado salir del control territorial de las pandillas, pienso). “Los niños acceden a tabletas electrónicas, los adultos a computadores y los adultos mayores a celulares básicos” (lo explica la política de acceso a la tecnología implementada por el gobierno de El Salvador, que entrega una tableta a cada niño). “El departamento de Cabañas tiene un mayor porcentaje de viviendas desocupadas” (de ahí la gente se fue a la yoni, deduzco). 

Por la tarde llega mi turno. Hablo sobre el contexto de nuestro censo, planificado en un entorno post pandemia y ejecutado en medio de la inestabilidad política y la violencia delictiva. ¡Qué diferencia con el ambiente de El Salvador! Si no conociera lo complejo de esos procesos, afirmaría que ejecutar su censo fue como untar mantequilla sobre un pan.

Me detengo en las innovaciones, además de usar tabletas electrónicas para la entrevista, les cuento que integramos el auto empadronamiento en línea y empleamos registros administrativos en varias fases del censo. Les hablo de los temas nuevos, como identidad de género, prácticas ambientales y tenencia de mascotas. Luego les digo que para proteger los datos, implementamos protocolos de encriptación, transmisión segura, almacenamiento en la nube y codificación automática basada en aprendizaje de máquina. Al final, concluyo con la reflexión de siempre: "si la estadística pública no se usa para incidir sobre la política y cambiar la vida de la gente, entonces no sirve". Ellos tienen pendiente la cobertura de servicios públicos.

Regresar a medianoche del día siguiente me da la oportunidad de visitar el volcán el Boquerón y tomar el desayuno en una de las hosterías del lugar, será café cosechado en el lugar, pupusas de loroco, frijoles y huevos con salsa de ayote. Por la tarde queda tiempo para pasar por unas quesadillas que compartiré con mi madre en Ambato e ir al café Astra, el de los chicos que atendían durante el evento de presentación de resultados, ahí elegiré un expreso preparado en una técnica de origami, con un bourbon de la finca El Encanto, de Juayua, endulzado con miel de abeja.

En el aeropuerto confirmo mi sospecha, muchos de los ecuatorianos que viajaron en el mismo vuelo de Avianca en el que llegué no usarán el boleto de regreso. Lo noto nuevamente al encontrar el avión con la mayoría de sus asientos vacíos. No estoy triste, siento alegría por esos seis millones de personas que ahora habitan un país al que sus conductores de Uber, funcionarios públicos y ciudadanos describen como un lugar seguro, en el que se puede caminar a cualquier hora entre arbolados, volcanes y playas. Así me despido de San Salvador, donde vive uno de cada cuatro salvadoreños, quienes pueden disfrutar de los libros en la BINAES a mediodía, a medianoche o en la madrugada, aunque no puedan ver.

Al día siguiente me descubro planeando escribir está bitácora, para contarles también que, nueve mil indígenas del pueblo náhuatl pipil residen en Sonsonate, aquel departamento de El Salvador donde nació Consuelo Suncín, la rosa que El Principito protege con un biombo y una cúpula de cristal en su planeta de tres volcanes y, que ella es la razón por la que tradujeron al náhuatl el texto de Saint-Exupéry.

jueves, 19 de septiembre de 2024

Vida en Retazos

 

Imagen generada con Microsoft Designer

Primer retazo:

Es miércoles, mitad de la semana, y voy a la Asamblea Nacional otra vez. Sí, ¡otra vez! 

He pasado buena parte de la noche escribiendo. El texto final tiene 46 argumentos perfectamente ordenados que, desde que escribí la primera letra, supe que no me permitirían exponer.

Mi narración es cuidadosa, no desperdicia ni comas ni acentos. La dejé en la nube para imprimirla en la oficina.

Solo una persona la ha leído: "¡Fuerte! ¡Me gusta!", fue su comentario en WhatsApp. 

Salgo temprano y, como todos los días, voy por un café. Debí ponerme la camiseta de Gorillaz —me recrimino—, pero en lugar de eso, salgo de casa vistiendo terno, con el pelo recién cortado, los lentes limpios y los zapatos lustrados. Sonrío al reconocerme en el espejo del ascensor. 

"Llevo un fósforo encendido dentro de una cajita", me digo, pensando en la canción de Gorillaz, aunque algunos pensarán que son 'cachivaches', concluyo recordando el poema de Walsh. 

Segundo retazo:

He incumplido la recomendación, lo confieso. Me dijeron que no viniera y fui; me dijeron que no hablara y hablé. El día anterior, también le fallé a mi dentista, pero no importa, eso fue por una buena razón. 

Busco una silla en el fondo del salón y me acomodo para escuchar al equipo, mirar su puesta en escena y representar a mi personaje. Voy de pantalón negro y camiseta de cuello redondo y alto. El suéter también es negro, también la tinta del esfero con el que voy tomando notas. 

Los colegas explican el mecanismo detrás de las proyecciones demográficas. Lo traduzco en la mente como siempre: una suma y resta de nacimientos, muertes y el ir y venir de migrantes. Sé que el sistema que utilizan es bastante más complejo; les debe haber costado cientos de tazas de café engranar las 240 fuentes con las que armaron ese reloj teórico que utilizan para anticipar el futuro. 

Apenas si describen los cálculos rigurosos que han hecho, o las hipótesis que usan para explicar lo que hallaron en los registros vitales, las encuestas a hogares y los censos poblacionales. 

Tomo el micrófono en dos ocasiones. ¡Sacrilegio! Me digo, sintiéndome como un mercader que debe ser expulsado del templo. 

"En una cajita de fósforos se pueden guardar muchas cosas", pienso, recordando el poema de Walsh.

Veo que en 2050 estaré muerto, entonces "el tiempo para mí no significa nada", concluyo, evocando la canción de Gorillaz. 

Tercer retazo:

Pido un expreso a la mujer que me atiende en el bar del hotel, "¿puede endulzarlo con miel de abeja?" añado. "Que tenga una buena tarde", se despide al recibir el pago. A diferencia de la mujer de la Asamblea, ella es amable y sonríe.

Voy a Ambato, es jueves. Hago dos llamadas al equipo en teletrabajo, uso el “manos libres” mientras conduzco. La primera, desde el lugar donde ocho horas antes las redes dijeron que habían disparado contra un matrimonio. Cuatro balas sicarias: ¿Causa de muerte? ¡Por encargo! 

Entonces me siento mal, no por mí o por el matrimonio emboscado, tampoco por la amable mujer del bar del hotel. Siento pesar por la mujer de la Asamblea. La miro vestida de blanco insípido el miércoles y de verde superficial la noche anterior en la tele. 

Jodida suerte, me digo. Va a necesitar más comas y más acentos de los que puse en los 46 argumentos que planeé presentar en mi negada comparecencia. 

¿Cómo hará para explicar que la pobreza, la violencia y la apatía del Estado que ella representó le quitaron seis años a la esperanza de vida de las niñas que nacen hoy en Esmeraldas, y ocho más a sus hermanos, solo por ser niños? 

"Inútil, pero el futuro se está acercando", pienso, recordando la canción de Gorillaz. "Las cosas no tienen mamá", concluyo, pensando en el poema de Walsh.


lunes, 26 de agosto de 2024

San Miguel: Entre montañas, historias y datos

Aunque son algo más de las dos y media de la tarde, el sol cae casi perpendicular sobre nuestras cabezas, obligando a Lucía y Sofía a refugiarse bajo la sombra del alero de la casa de ladrillo situada en una de las empinadas calles que separan la zona urbana de San Miguel de la parte rural de ese cantón en la provincia de Bolívar. En el suelo de tierra apisonada, se extiende un saco de yute sobre el que secan unas vainas de frejol canario. Sobre ellas, un tendedero de ropa sostiene una cobija marrón con flores de tonos rojizos. Detrás de las mujeres, que permanecen sentadas en un par de taburetes plásticos, se ven varios bidones que servían para guardar agua y ahora se usan como macetas para cultivar los claveles rojos que adornan las ventanas de la casa. 

En la esquina estoy yo, observando cómo Lucía conduce la encuesta que la Oficina de Estadística del Ecuador ensaya en ese hogar. La investigadora guía cada pregunta buscando cada respuesta, al hacerlo modula su voz, pausándola, elevándola o acallándola de forma suave y precisa. Durante dos horas y media, Lucía recabará datos sobre los gastos personales y los del hogar que Sofía comparte con Esteban y sus dos hijas, indagando por productos, cantidades, precios y lugares de compra.

"La feria", dice Sofía, "es nuestra principal proveedora". De ahí obtiene los pocos productos que compra cada mes, en su mayoría industrializados: papel higiénico, toallas sanitarias, una lata de atún y, hasta pasta de dientes a uno con treinta y cinco dólares el tubo mediano. La feria también le provee de alimentos, ocho pescados y un pollo que desmenuza en pequeñas porciones para alimentar a la familia, más una funda de dos kilos de sal que durará "bastante", ocho mandarinas por un dólar, y una bolsa de café por otro dólar, "embutidos no porque le prohibieron a mi hija". La familia tampoco compra refrescos, ya que prefieren preparar una jarra de agua que endulzan con el raspado que extraen del bloque de panela que compran en la misma feria de los jueves.

La harina de trigo y la de maíz la obtienen de las espigas y granos que Sofía lleva a moler luego que Don Severino le entrega como jornal por el trabajo al que la mujer llama “ir a ganar”, para completar el pago, recibe un desayuno y un almuerzo por cada día de trabajo. Según Esteban, cada una de esas comidas costaría "unos dos dólares con cincuenta" si se compraran en San Miguel. Es así como, una "lata" de harina de trigo y otra de maíz se suman a la dieta trimestral de la familia. "Con tres latas se completa un quintal" dirá Sofía. 

Algunas veces, de la costa le envían yuca, pero las papas se toman del terreno que Esteban cultiva, al que viaja todos los días en su moto, gastando por semana cuatro dólares con sesenta centavos por cada tanqueada. Menos el sábado pasado, no ve que estuve en la minga”, cuando los vecinos se organizaron para arreglar la calle frente a sus casas, que ahora luce polvorienta y a medio terminar. 

De ese terreno también obtienen algo de leche, frejol y los chochos que demoran un año en “cargar” y que, una vez cosechados, se guardan otro año para ir consumiendo poco a poco. Detrás de la casa, un pequeño huerto proporciona hierbas, tanto medicinales como para cocinar, "dan todo lo que necesitamos", excepto culantro, del que "la semana pasada compramos un atado en la tienda".

El mes anterior gastaron un dólar para no perder la línea del teléfono celular y diecisiete para el internet que necesitan las niñas para estudiar, un pantalón de caballero y tres medias de esas "cortitas", más otros cinco dólares con sesenta en cuatro pasajes de ida y vuelta a Guaranda, tres de ochenta centavos de ida y ochenta centavos de vuelta, más otro que solo cobran medio pasaje porque el padre de Esteban es de la tercera edad. La revisión médica no tuvo costo, ya que se hizo en el hospital público de Guaranda. Sin embargo, los medicamentos para el asma de la hija menor tuvieron que comprarse en una farmacia de manera particular.

Al terminar la entrevista, Lucía cierra y guarda su tableta electrónica con el mismo cuidado con el que ha manejado cada pregunta, consciente de la importancia de cada detalle recogido. Se levanta lentamente, sintiendo en sus rodillas ese malestar que se ha vuelto un compañero constante. Extiende la mano y se despide de Sofía, agradeciendo el tiempo y la apertura, mientras avanza hacia la siguiente vivienda, sabiendo que cada dato registrado contribuye a la construcción de una realidad que necesita ser contada. 

Yo, observo en silencio y recojo apuntes para construir esta bitácora. 

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Notas: 

  1. Para proteger la identidad de las personas, los nombres y direcciones han sido modificados.
  2. Con los datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares Urbanos y Rurales (ENIGHUR), el país actualiza una lista de productos llamada "canasta de bienes y servicios," que se usa para medir cómo cambian los precios (inflación). También permite calcular las líneas de pobreza, determinando quiénes pueden cubrir sus necesidades básicas y quiénes no. 

 

Entrada destacada

Resumen de la presentación del libro "Los Guerrero, Genealogía i Bitácora".

Ambato, viernes 22 de febrero de 2019 Teatro del Centro Cultural Eugenia Mera