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Primer retazo:
Es miércoles, mitad de la semana, y voy a la Asamblea Nacional otra vez. Sí, ¡otra vez! He pasado buena parte de la noche escribiendo. El texto final tiene 46 argumentos perfectamente ordenados que, desde que escribí la primera letra, supe que no me permitirían exponer. Mi narración es cuidadosa, no desperdicia ni comas ni acentos. La dejé en la nube para imprimirla en la oficina. Solo una persona la ha leído: "¡Fuerte! ¡Me gusta!", fue su comentario en WhatsApp. Salgo temprano y, como todos los días, voy por un café. Debí ponerme la camiseta de Gorillaz —me recrimino—, pero en lugar de eso, salgo de casa vistiendo terno, con el pelo recién cortado, los lentes limpios y los zapatos lustrados. Sonrío al reconocerme en el espejo del ascensor. "Llevo un fósforo encendido dentro de una cajita", me digo, pensando en la canción de Gorillaz, aunque algunos pensarán que son 'cachivaches', concluyo recordando el poema de Walsh. Segundo retazo: He incumplido la recomendación, lo confieso. Me dijeron que no viniera y fui; me dijeron que no hablara y hablé. El día anterior, también le fallé a mi dentista, pero no importa, eso fue por una buena razón. Busco una silla en el fondo del salón y me acomodo para escuchar al equipo, mirar su puesta en escena y representar a mi personaje. Voy de pantalón negro y camiseta de cuello redondo y alto. El suéter también es negro, también la tinta del esfero con el que voy tomando notas. Los colegas explican el mecanismo detrás de las proyecciones demográficas. Lo traduzco en la mente como siempre: una suma y resta de nacimientos, muertes y el ir y venir de migrantes. Sé que el sistema que utilizan es bastante más complejo; les debe haber costado cientos de tazas de café engranar las 240 fuentes con las que armaron ese reloj teórico que utilizan para anticipar el futuro. Apenas si describen los cálculos rigurosos que han hecho, o las hipótesis que usan para explicar lo que hallaron en los registros vitales, las encuestas a hogares y los censos poblacionales. Tomo el micrófono en dos ocasiones. ¡Sacrilegio! Me digo, sintiéndome como un mercader que debe ser expulsado del templo. "En una cajita de fósforos se pueden guardar muchas cosas", pienso, recordando el poema de Walsh. Veo que en 2050 estaré muerto, entonces "el tiempo para mí no significa nada", concluyo, evocando la canción de Gorillaz. Tercer retazo: Pido un expreso a la mujer que me atiende en el bar del hotel, "¿puede endulzarlo con miel de abeja?" añado. "Que tenga una buena tarde", se despide al recibir el pago. A diferencia de la mujer de la Asamblea, ella es amable y sonríe. Voy a Ambato, es jueves. Hago dos llamadas al equipo en teletrabajo, uso el “manos libres” mientras conduzco. La primera, desde el lugar donde ocho horas antes las redes dijeron que habían disparado contra un matrimonio. Cuatro balas sicarias: ¿Causa de muerte? ¡Por encargo! Entonces me siento mal, no por mí o por el matrimonio emboscado, tampoco por la amable mujer del bar del hotel. Siento pesar por la mujer de la Asamblea. La miro vestida de blanco insípido el miércoles y de verde superficial la noche anterior en la tele. Jodida suerte, me digo. Va a necesitar más comas y más acentos de los que puse en los 46 argumentos que planeé presentar en mi negada comparecencia. ¿Cómo hará para explicar que la pobreza, la violencia y la apatía del Estado que ella representó le quitaron seis años a la esperanza de vida de las niñas que nacen hoy en Esmeraldas, y ocho más a sus hermanos, solo por ser niños? "Inútil, pero el futuro se está acercando", pienso, recordando la canción de Gorillaz. "Las cosas no tienen mamá", concluyo, pensando en el poema de Walsh. |
No pude dejar de leerlo completo ... me atrapó
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