Los vuelos de madrugada convocan personas de aspecto preocupado y cara triste, pienso mientras me coloco en la fila frente a la puerta A15 de la salida internacional en el aeropuerto de Quito. Serán dos horas y unos 30 minutos lo que durará el vuelo a San Salvador. Viajo para exponer la experiencia del censo que ejecutamos en 2022 durante la presentación de resultados del que El Salvador ejecutó en este año, al que el equipo del Banco Central de Reserva ha denominado “el primer censo 100% digital”.
La madrugada parece esconder las sonrisas y disimular la esperanza; al menos eso siento al considerar que buena parte de quienes comparten conmigo el vuelo de Avianca, no planean utilizar su boleto de regreso, o al menos no lo harán en un buen tiempo. Lo confirmo en las estaciones de migración del "Arnulfo Romero", con los comentarios de la mujer que realiza mi ingreso. "¿Tiene visa americana?", pregunta. "No", respondo, "se caducó y estoy por renovarla", añado. Entonces la mujer me explica que, si la hubiera tenido, habría aprobado mi ingreso por más de los 90 días que ha registrado. "Solo vengo por tres días", le digo antes de sonreír, agradecer y retirarme.
Una vez fuera, me recibe Manuel, el delegado del Banco, a quien han encomendado mi traslado y el de la representante del Banco Central de Honduras que llegará unos minutos más tarde. Aprovecho la espera para tomar mi primera taza de café en El Salvador, que el amable funcionario insiste en pagar a pesar de mis negativas.
El evento será al día siguiente, así que haber llegado de madrugada me da tiempo para recorrer la ciudad. Me dirijo al centro histórico y paso buena parte de la mañana explorando los siete niveles de la BINAES, una impresionante biblioteca con espacios para lectores de todas las edades, intereses y ocupaciones. Me entretengo especialmente en dos áreas de la gigantesca infraestructura donada por el gobierno chino, en el espacio de libros en braille, donde el encargado me explica los artilugios que facilitan el acceso a las historias que contienen, como lupas electrónicas y lectores que transforman el texto en audio, cuando me retiro, él vuelve a colocar sus dedos sobre las blancas páginas del libro que lee, aunque no ve. Otro lugar de interés es el espacio dedicado a Saint-Exupéry y El Principito, donde se exhiben varias ediciones, me llama la atención una cuya portada negra destaca la figura de un niño sujetando una concha marina, está delante de un volcán y una pirámide. La edición ha sido traducida al náhuatl e ilustrada con referencias al mundo indígena.
El día del evento confirma lo que sentí al llegar y pude constatar en conversaciones con Manuel, los conductores de Uber, las mujeres encargadas del desayuno en el hotel (con pupusas, platanitos y un arroz con frijoles al que llaman “casamiento”), la mujer que trabaja como guardia en la puerta del BINAES y los dependientes en el restaurante y la cafetería del Bambú, el centro comercial cercano a la capilla donde una bala asesina, disparada desde un Volkswagen rojo estacionado a 31 metros, convirtió en santo a Monseñor Romero al intentar silenciar sus homilías a favor de los pobres.
San Salvador es un lugar de gente especialmente amable, donde se come bien y al que sus habitantes recomiendan como un sitio seguro, "a cualquier hora y en cualquier lugar" repiten. Los zaguanes en algunas de sus calles me recuerdan a Guayaquil, entonces siento el calor del puerto ecuatoriano, con la diferencia que aquí la gente se protege bajo los arbolados que cubren las calles y transitan sin estar pendientes de cada ruido y cada movimiento.
En el evento las presentaciones transcurren lentamente. Lo mejor es la canción del censo y la radiografía del país que el presidente del Banco Central de Reserva presenta a través de cifras que yo interpreto sesgado por la imagen que tengo de ese país desde antes de visitarlo: “Son 6,03 millones de personas”, dice, “menos de las que habíamos pensado que serían” (algo que está ocurriendo en toda la región, pienso). “Hay 89 hombres por cada 100 mujeres” (fueron décadas de conflicto armado y violencia pandillera las que provocan esto, habrá que mirar cómo crecen esas diferencias en edades mayores a los 55 años, repaso mentalmente). “No se observa mucha migración interna” (apenas han logrado salir del control territorial de las pandillas, pienso). “Los niños acceden a tabletas electrónicas, los adultos a computadores y los adultos mayores a celulares básicos” (lo explica la política de acceso a la tecnología implementada por el gobierno de El Salvador, que entrega una tableta a cada niño). “El departamento de Cabañas tiene un mayor porcentaje de viviendas desocupadas” (de ahí la gente se fue a la yoni, deduzco).
Por la tarde llega mi turno. Hablo sobre el contexto de nuestro censo, planificado en un entorno post pandemia y ejecutado en medio de la inestabilidad política y la violencia delictiva. ¡Qué diferencia con el ambiente de El Salvador! Si no conociera lo complejo de esos procesos, afirmaría que ejecutar su censo fue como untar mantequilla sobre un pan.
Me detengo en las innovaciones, además de usar tabletas electrónicas para la entrevista, les cuento que integramos el auto empadronamiento en línea y empleamos registros administrativos en varias fases del censo. Les hablo de los temas nuevos, como identidad de género, prácticas ambientales y tenencia de mascotas. Luego les digo que para proteger los datos, implementamos protocolos de encriptación, transmisión segura, almacenamiento en la nube y codificación automática basada en aprendizaje de máquina. Al final, concluyo con la reflexión de siempre: "si la estadística pública no se usa para incidir sobre la política y cambiar la vida de la gente, entonces no sirve". Ellos tienen pendiente la cobertura de servicios públicos.
Regresar a medianoche del día siguiente me da la oportunidad de visitar el volcán el Boquerón y tomar el desayuno en una de las hosterías del lugar, será café cosechado en el lugar, pupusas de loroco, frijoles y huevos con salsa de ayote. Por la tarde queda tiempo para pasar por unas quesadillas que compartiré con mi madre en Ambato e ir al café Astra, el de los chicos que atendían durante el evento de presentación de resultados, ahí elegiré un expreso preparado en una técnica de origami, con un bourbon de la finca El Encanto, de Juayua, endulzado con miel de abeja.
En el aeropuerto confirmo mi sospecha, muchos de los ecuatorianos que viajaron en el mismo vuelo de Avianca en el que llegué no usarán el boleto de regreso. Lo noto nuevamente al encontrar el avión con la mayoría de sus asientos vacíos. No estoy triste, siento alegría por esos seis millones de personas que ahora habitan un país al que sus conductores de Uber, funcionarios públicos y ciudadanos describen como un lugar seguro, en el que se puede caminar a cualquier hora entre arbolados, volcanes y playas. Así me despido de San Salvador, donde vive uno de cada cuatro salvadoreños, quienes pueden disfrutar de los libros en la BINAES a mediodía, a medianoche o en la madrugada, aunque no puedan ver.
Al día siguiente me descubro planeando escribir está bitácora, para contarles también que, nueve mil indígenas del pueblo náhuatl pipil residen en Sonsonate, aquel departamento de El Salvador donde nació Consuelo Suncín, la rosa que El Principito protege con un biombo y una cúpula de cristal en su planeta de tres volcanes y, que ella es la razón por la que tradujeron al náhuatl el texto de Saint-Exupéry.
Gracias por compartir tu experiencia Jorge, siempre es muy agradable leer tus publicaciones.
ResponderEliminar¡Gracias! 🤓
EliminarMe encantó, hermoso relato. Gracias por tu visita al País y compartir tu experiencia. Siempre serás bien venido!
ResponderEliminarGracias por leerme y regalarme tu comentario. No podía dejar de compartir la experiencia de un país con gente tan amable, comprometida y profesional.
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