El poema de Walsh
En una cajita de fósforos se pueden guardar muchas cosas, decía María Elena Walsh en uno de sus poemas. Luego añadía, a manera de ejemplo: un rayo de sol, botones del traje del viento, una lágrima. A eso, yo le añado el miedo a lo que sigue tras una decisión o la incertidumbre que acompaña a las oportunidades, también las dudas (siempre en plural) entran en ella y la experiencia, ¿por qué no podríamos encerrar a la experiencia dentro de una cajita?
¡Hasta caben dos insectos, tres agujas y varias monedas de diez centavos!
Atún en el portaequipaje
Es mayo de 2016, un par de semanas después del terremoto de Manabí y Esmeraldas.
El Romero nos recoge temprano, pero llegaremos cerca de la medianoche. Viajamos a Manta, con una parada para dejar a dos colegas del MSP en el hospital móvil de Portoviejo. Planeamos instalarnos en un hotel cercano a la playa, pero al llegar, descubrimos que las habitaciones que nos habían asignado estaban marcadas como no habitables. Así, terminamos en otro lugar igual de pequeño, donde el café del desayuno se acompaña con las arepas rellenas del queso y la nostalgia venezolana, fruto de la sinrazón del gobierno que eligieron.
En el portaequipaje del vehículo institucional, llevamos tres cajitas de cartón que, como en el poema de Walsh, guardaban latas de atún, galletas, pan de molde, queso en rebanadas y unas cuantas botellas de agua. Lo mínimo para siete días, que terminaron siendo casi un mes separado en dos jornadas. Cada cajita fue entregada a un integrante del equipo: el Romero, el Julio y yo.
Éramos uno de los varios grupos que, en la planificación decidimos que asumiría el levantamiento de información sobre pérdidas y damnificados por el terremoto. Para ello, dividimos al Instituto en dos: el primero de ellos viajaría al territorio afectado cubriendo sus propios gastos, unos iríamos a Manta y otros se movilizarían por Esmeraldas; el segundo grupo se encargaría del día a día y aportaría con esas cajitas de alimentos, parte del kit de herramientas de quienes decidimos viajar.
Nuestra labor específica fue organizar el despliegue del personal en el territorio y articular con otras instituciones para conseguir encuestadores voluntarios. Así, capacitamos y movilizamos estudiantes universitarios, conseguimos buses para transportarlos, nos aprovisionamos de formularios impresos y, con ellos, juntos visitamos las zonas afectadas para levantar información en viviendas, campamentos e incluso en empresas afectadas por el seísmo.
Lo que cabe en una cajita
En el camino cambiamos atunes por experiencia, pan por solidaridad y, agua y sudor por lágrimas. Así, nos fuimos alimentando de gratitud y esperanza, de frustraciones y derrotas, de experiencias y logros, de empatía y reciprocidad. Aprendizajes que hoy son nuestros, individuales y compartidos, a los que luego vimos incrementarse en otras aventuras.
Hoy, esas cajitas guardan las herramientas que nos han permitido construir el futuro que elegimos. También las insignias de recolectores de datos, confeccionadas con los retazos del sol y del viento que nos acompañó por cada rincón del país. Las conservamos para recordar de dónde venimos, qué hemos logrado, en qué creemos y por qué hacemos las cosas.
Quizás la gente no lo entienda o lo olvide, pero no importa. Quienes fuimos a esa aventura, y a tantas otras, sabemos que haber guardado esos tesoros en una cajita, nos sirve para entregarlos a quienes van llegando a nuestras vidas.
Ahora sabemos que, en una cajita de fósforos caben muchas cosas, las despedidas, por ejemplo.
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