Para escribir este post, me basaré únicamente en los eventos de la última Fiesta de la Fruta y de las Flores de Ambato a los que asistí: el recién inaugurado Museo de la Ciudad, el Pregón de Fiesta, el Desfile de la Confraternidad, la Ronda Nocturnal y el cierre del Festival Internacional del Folclore. Al hacerlo, dividiré mis comentarios en tres categorías, como si se tratase de un spaghetti western. Las llamaré lo bueno, lo malo y lo feo, motivado por la certeza de que no todo es tan malo como pregonan quienes critican sin aportar, ni tan bueno como nos quieren hacer creer desde la oficialidad improvisada.
Lo bueno
Del Museo de la Ciudad, destaco la edificación en la que se instaló. Nos recuerda cómo debieron ser las casas de Ambato antes del terremoto, con amplios patios interiores y luz abundante, invitándonos a sentir el aroma del café tomándose el lugar en la mañana o el golpeteo de la lluvia al caer la noche. También resalto la pintura de Israel Pardo que, aunque llena de lugares comunes—como representar a Montalvo y Mera a segundos de caerse a bastonazos—, incluye un didáctico mural de personajes ambateños, muy bien logrado, a pesar de que deja fuera a imprescindibles como Carlos Quinde o Carlos Toro Lema, por mencionar dos. Y omite lugares emblemáticos como El Metro o La Confitería Real, además de personajes populares como la Loca de la Bandera o el Mudo Romero, quienes habrían dado al mural un toque más pintoresco.
A pesar de la repetitividad de los tres desfiles, empeñados en no ofrecer novedad, no faltó la alegría de quienes participaron en ellos. Fue visible el entusiasmo de las escuelas durante el Pregón, de los colegios en el Desfile y de las academias de danza, que dejaron zamarros y anacos para vestir ballroom dresses durante la Ronda. Las carrozas, al igual que la alegoría de la Catedral, son muestra de la consolidación de familias artesanas dedicadas a su construcción y al cultivo de la tradición. Sobre las candidatas y reinas, no tengo comentarios, pues dejé de ir a la elección luego de abandonar el Comité Permanente.
El cierre del Festival del Folclore, en un Coliseo lleno, presentó una variedad interesante de géneros, vestuarios e interpretaciones. Vimos buen folclore europeo (Polonia, Francia y España) y latinoamericano (Perú, Colombia y Ecuador). Aunque debo reconocer mi sesgo al quedarme con “Los Tungurahua” y sus Diablos de Píllaro, quienes, con cuidado y respeto, mostraron esa gran fiesta provincial. Cada bloque de bailarines presentó un personaje a la vez, y al mezclarse amalgamaron el espíritu de la celebración, con la banda entonando Soldado de Cristo, vimos danzar a sus bailarines de línea, sus guarichas, sus capariches y, por supuesto, a sus diablos.
Lo malo
A excepción del exterior del coliseo durante el cierre del Festival, todo lo que rodeó a los eventos es motivo de crítica severa y debe llamar a una reflexión profunda de quienes vayan a responsabilizarse de las próximas fiestas (y de los ambateños en general).
De seguir así, nos quedan solo dos opciones: o recuperamos el espíritu de la fiesta o empezamos a llamar “Mercado Montalvo” a lo que hoy es el Parque Montalvo tomado por informales con absoluto irrespeto por la ciudad y la Fiesta. Por otro lado, o mantenemos a los funcionarios públicos municipales y de la gobernación desfilando o les exigimos cumplir con sus tareas antes de los desfiles, lo que incluye meses de sensibilización en escuelas, colegios, barrios y comunidades. Por último, o persistimos en mantener el espíritu con el que nació la fiesta, el que se transmitió por años al habitante urbano de Ambato de una Fiesta distinta del carnaval, o cambiamos las ordenanzas para crear el mejor carnaval del país, con espuma, anilina y huevos incluidos.
Lo feo
Esta es la parte más triste y desmoralizadora, aunque no es nueva. La última celebración será recordada por el exceso de hechos lamentables y la exacerbación de los ambateños ante esos hechos. Desde el cambio, sin explicaciones, de la directora ejecutiva del Comité Permanente—que no solo puso en peligro la fiesta, sino que afectó la transparencia de la gestión pública, dejando dudas sobre todos los actores involucrados—hasta la violencia que generó la carioca en las calles y la suciedad de una ciudad antes limpia y ordenada.
Las denuncias en redes sobre agresiones y lesiones reflejan lo que provoca el uso de carioca en una ciudad donde nos enseñaron (y donde acordamos) que la primera agresión es utilizarla. Jamás se pueden justificar los golpes, pero ¿qué puede hacer una persona frente a una turba que no entiende? ¿Qué puede esperar Ambato y la Fiesta si son nuestros propios niños los que adquieren y promueven el hábito del carioca?
El juego de carnaval tiene más aristas de fealdad. Otra es que es aprovechado por delincuentes, quienes con una estrategia simple—un joven rocía carioca en los ojos de la víctima y, en medio de la confusión, la gresca o el enojo, dos o tres mujeres esculcan bolsillos para pescar celulares y billeteras— no son pocos los que han perdido sus bienes en este juego aprovechado por facinerosos. Otra es la respuesta a cualquier reclamo que, con un “si no le gusta no salga” no logra reconocer que en esas palabras reflejan-de manera inconsciente-la misma actitud de los violentos y traficantes que se toman partes de la ciudad donde no pueden caminar ni siquiera los vecinos.
Pero la fealdad absoluta está detrás de un par de preguntas sin respuesta, aunque con respuestas intuitivas: ¿quién se enriquece con la venta de carioca?, y ¿quién tiene la capacidad de ubicar un vendedor informal en cada esquina de la Cevallos y la Bolívar?
Termino con una idea y pedido que utilicé en otra entrada de este blog: la Fiesta de la Fruta y de las Flores de Ambato es una anciana que debe ser cuidada, protegida y repensada. ¿Por quién? ¡Por todos!
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¡A reinventar la fiesta se ha dicho!
excelente reflexion mi estimado Jorito
ResponderEliminarGracias Walter, me alegra que te haya gustado.
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