martes, 16 de septiembre de 2025

Las delirantes teorías de Bartolo, bufón de la Corte de Langle

Para cuando terminó de redactar su estudio, la mayor parte de los cortesanos que apoyaron sus delirios se habían marchado, unos a defender nuevos príncipes, otros a servirse de sus favores. Los pocos que quedaron buscaron espejos en los cuales admirarse, embobados en el contraste de sus pulcrísimos dientes frente al amarillo con el que su mala bilis les fue pintando el rostro.

Bartolo fue uno de los que se quedaron. Lo hacía —repetía mientras cavilaba con las manos en la espalda, la figura corva y el bonete de tres picos coronando su cabeza— porque debía cumplir el juramento que hizo, en mensaje epistolar, al Conde de Langle, y al que este respondió otorgándole tres onzas de oro y cuatro pasapapeles. ¿Su misión? Demostrar, de una vez por todas, que la Tierra no era redonda como una pelota de fútbol, sino perfectamente cuadrada; un cubo, diría, sosteniendo un aguacate.

Vio transcurrir sus días entre constantes procrastinaciones, la autocontemplación y la sopa que tomaba cada día a las doce del mediodía. Una bebida espesa y olorosa, que preparaba con quinua cocida en un caldo de bagre fresco, maíz tierno y toques de leche sin lactosa y servía con aguacate, huevo duro, nueces y un chorro de aceite de sacha inchi; una combinación equilibrada de sabores que le servía para ejercitar sus neuronas y aguzar su entendimiento.

Hombre sabio a su modo, inducido por la tirria que le causaba escuchar las voces de quienes contradecían la suya y motivado por alcanzar alguna de las migajas que desde palacios europeos y palacetes quiteños se arrojaban a cuervos y palomas, decidió enfocar toda su ciencia en un solo objeto de estudio: su ombligo. ¿La razón? Estaba convencido de que en esa hendidura personalísima encontraría el mapa de los cielos y la geometría de los mares. Ahí estaba el cordón de la vida, repetía, el origen del todo.

Su tarea fue cuidadosamente planificada y sus resultados, de una fructífera cosecha. Redactó tratados solemnes, sustentándolos en cartas que él mismo escribía y sumillaba, concluyendo antes de indagar; total, él sabía, por su condición de sabio, todas las respuestas antes de formular la primera pregunta. Así nacieron la Teoría de la cuadratura umbilical, la Evidencia pupilar de la Tierra plana y el Tratado general sobre el pupo universal, en el que nombraba a Quito el pupuchumbi del planeta hexaédrico al que decidió llamar Tierra. Estudios que fueron expuestos a expertos escogidos entre sus propios acólitos y sus aplaudidores de confianza. Bartolo imaginaba multitudes que lo miraban con asombro y admiración.

Si aparecía una refutación —cuando un marinero describía la curvatura del horizonte, cuando un astrónomo mostraba los eclipses o cuando un niño preguntaba por el tamaño de las sombras—, él respondía con mayor vehemencia: —¡Pamplinas! Las ideas de Eratóstenes no son dignas de Berkley.

Soñaba con ver al Conde de Langle asintiendo desde su púlpito, complacido al encontrar justificada cada conclusión que le había ordenado demostrar. Añoraba escucharlo repetir en sus sermones a la diáspora que el ombligo del bueno de Bartolo era la prueba irrefutable de la voluntad divina y la confirmación de que la Tierra era tan cuadrada como los adoquines con los que cubrió las vías del reino que le arrebataron, tal y como lo había predicho en su ilustrísima sabiduría.

Finalmente, luego de años de trabajo intenso, Bartolo, bufón de la Corte de Langle, el autoproclamado mayor sabio que la Pacha Mama ha parido, presentó sus conclusiones ante la Gran Sanédrin, donde, con gesto solemne, levantó su túnica para mostrar su pupo deformado y anunciar triunfante: —¡Si mi ombligo es cuadrado, por simple inferencia, la Tierra y todo objeto sobre ella también lo son!

En su delirio, vio aplaudir entusiasmado al Conde de Langle, inclinarse reverentes a los cortesanos y salir en tropel a los pregoneros, corriendo a repetir la sentencia por todo el reino.

En su lugar, el pueblo rió hasta las lágrimas al comprobar que la verdad, por más que se comprima en dulces cubos de sacarosa, jamás entrará en la cabeza tozuda de quien vive empequeñecido por la soberbia de su propia sabiduría.


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domingo, 17 de agosto de 2025

La primera cuadra

El ruido de buses y camiones recorriendo la calle, de estudiantes yendo a sus escuelas y de informales tomándose plazas y veredas marcan el momento en que la casa que comparte con su madre pasará a ser un recuerdo. Son muchas cuadras las que debe recorrer hasta llegar al terminal donde tomará el autobús que lo lleve a Tulcán. Decidió caminar, como piensa hacerlo en la mayoría de los casi cinco mil kilómetros que lo separan del destino que se ha fijado, un trayecto que incluye los ochenta y cinco kilómetros de trocha por la selva entre Capurganá y Lajas Blancas en el Darién —ese espacio verde y húmedo que aquel año vio morir a 174 migrantes, alimentándose de sus almas y sueños.

Al salir descubre que la ciudad se va llenando del ocre de los primeros rayos de sol y del traqueteo de los motores al encenderse. Su andar pausado, casi lento, es el de un autómata que se mueve con las manos escondidas en los bolsillos del pantalón. —Pierdo dos hijos, uno por semana —fue lo último que escuchó decir a su madre. Al primero se lo arrebataron las balas de esos buscapleitos de esquina con los que empezó a juntarse apenas llegaron del pueblo. Al hijo menor lo pierde de otra manera.

Para el viaje escogió una mochila de lona gruesa. Dentro acomodó un par de zapatos, dos camisetas, un pantalón liviano, un par de mudas de ropa interior, todo viejo y gastado. En la parte superior metió una botella plástica llena hasta la mitad y una funda de pan en rodajas, en el fondo, otra de arroz, cuatro atunes, un jabón y pasta de dientes. Los bolsillos laterales los llenó con su cepillo de dientes, un rollo de papel higiénico, una peinilla y un cortaúñas, más una pequeña libreta de hojas cuadriculadas y un esfero. En el camino añadirá dos chicles y un sobrecito de suero oral que alguien le dará en la terminal de autobuses. El suéter, la chompa y la gorra negra los lleva puestos.

Entre las costuras del forro de la mochila, rotas y vueltas a coser, escondió una copia de la cédula de identidad, envuelta en un papel en el que escribió a mano la dirección y el número de teléfono del primo que huyó meses atrás. En ese mismo papel borroneó el número de teléfono de ella y el de su madre. Junto al celular, envueltos en una media, colocó el cargador y la batería portátil que pertenecieron al hermano asesinado. —Deben ser poco atractivos para los polleros —le dijo su primo en la última conversación que mantuvieron.

Los dólares que le quedaron luego de pagar al coyote, los lleva pegados al cuerpo, escondidos en la entretela de la ropa y ocultos en el forro de la mochila. Los necesarios para llegar a Ipiales se arrugan en la delgada billetera que mantiene en el bolsillo de su pantalón de mezclilla. También guarda allí un par de fotos, la ecografía con la nota de que será una niña, y una estampa de la Virgen del Quinche, a quien se encomienda al recorrer la primera cuadra. Al rezar, sostiene con una mano el escapulario de tela que desde niño cuelga de su cuello.

Apretada en su mano va la carta de despedida. Prefirió no decirle nada, de haberlo hecho, habría desistido del viaje al primer reproche. En su lugar le escribió una carta con la misma letra cuidada que le enseñaron en la escuela, piensa dejársela a la primera persona que encuentre al llegar donde ella trabaja. —Debe ser alguien que la conozca y pueda entregársela—. En el texto ofrece llamarla desde cada país durante los tres meses que durará el viaje, enviarle dinero para sus revisiones médicas y, al nacer la niña, para lo que ambas vayan necesitando.

El corto texto, donde promete llevarlas después en avión y seguras, termina con una sola súplica: «háblale bien de mí».



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domingo, 18 de mayo de 2025

El baile de las mariposas

Sayri encontró una mariposa de alas azul cielo en medio del jardín, se detuvo a mirarla con esa curiosidad propia de los niños cuando descubren el mundo que los rodea. Con sorpresa, la vio flotar entre las flores de lupino como si bailara.

Sus cinco años la han convertido en una exploradora inquieta que disfruta por igual de perseguir al gato por toda la casa o de recorrer sola por los rincones inexplorados del jardín.

Su madre, al terminar de peinarla,  le ha puesto listones en el pelo y ella, muy coqueta, ha elegido unas botas amarillas para caminar sobre la tierra negra y húmeda que ha dejado la lluvia por la noche.

Sayri aprendió a leer al mismo tiempo que empezaba a hablar; sin embargo, prefiere imitar los sonidos que hacen los animales, a quienes reconoce por sus ruidos más que por sus nombres. Antes de dormir, quizás se pregunte cómo suena una mariposa

Al sentirse observada, la frágil voladora acorta el tiempo que permanece sobre las flores. Con el tubito que forma su trompa, absorbe el néctar que le da la energía necesaria para vivir. Al volar, se orienta con ayuda de dos finas antenas que sobresalen de su cabeza, y que además utiliza para detectar amenazas mientras sus ojos gigantes observan todo. Su cuerpo, frágil y aterciopelado, se sostiene en seis patas que le permiten percibir olores, y en cuatro alas cubiertas de escamas del color cielo que dan a esas extremidades su aspecto de espejo quebradizo.

Sayri no lo sabe, pero la vida de la mariposa será corta y solitaria; apenas le alcanzará para volar por el jardín, alimentarse y dejar unos pocos huevos que darán origen a nuevas crisálidas. Cuando sienta tristeza, quizás se pregunte de qué está hecha la felicidad.

Ahora va detrás del insecto, que la lleva a encontrarse con un grupo de seres idénticos. Las observa elevarse y descender entre las flores, o posarse sobre algún charco que dejó la lluvia. Unas se detienen, otras avanzan, jugando a desaparecer entre las ramas y volver a aparecer entre las hojas. Sayri intenta seguirlas, primero a una, luego a otra, y después a una tercera. Salta para imitar su vuelo, luego sonríe. Su vestido se mueve con el viento, incorporándose a la danza de las aladas. Cuando recuerde el juego y el misterio, quizás se pregunte quién será el que enseña a bailar a las mariposas.

La pequeña vagabundea curiosa por el jardín, protegida con sus botas de caucho y un poncho de aguas que deja ver la falda de su vestido estampado con rosas, del mismo rojo que los lazos que rematan las trenzas con las que la han peinado. Sus ojos grandes, negros y atentos van en busqueda del próximo descubrimiento, mientras varias mariposas se han reunido para acompañarla. Van movidas por el viento, que esta vez ha decidido ponerse a bailar con ellas.

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Nota del Autor: Dedicado a Bárbara y Olivia, porque hay cosas que solo las niñas saben mirar.

Si te gustó la historia de Sayri, házmelo saber en un comentario, me encantará leerte.

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Isabel

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sábado, 3 de mayo de 2025

El Ángel Malo

 

Con los primeros rayos del sol, se develan las líneas de la guerrilla que Sarasti y Salazar han desplegado al pie del Panecillo. Esa mañana del 9 de enero de 1883, Quito se encontrará con la tropa de fusileros que la “Restauración Conservadora” ha enviado para recuperar el gobierno que perdieron casi una década atrás y repetir una tradición de 83 años: la de disputarse la república a balazos.

Los complotados constituirán un pentavirato transitorio, que luego se transformará en el gobierno de Plácido Caamaño. Pero antes —en alianza con los liberales— pondrán fin al régimen de los Veintemilla, pretextando un hartazgo con la incapacidad y el despotismo de Ignacio —el trasnochador y perezoso dictador—, y ocultando que su principal molestia es el nombramiento de una mujer como gobernadora de Quito.

Marietta, heredera política del déspota, los espera desde el día anterior. Ha armado a sus soldados con los Remington que su tío compró a los gringos y usó para derrocar al cuencano Borrero. “Hay que estar preparados”, repite a su tropa, aunque sabe bien que los clericales no pelearán mientras llueva. La joven generala, que había diseñado con pulcra exactitud la defensa de su gobierno, habló por la noche a la soldadesca. Lo hizo con palabras sencillas, pronunciadas de manera franca, pero con la fortaleza que demostró desde niña, pues sabía que eran muchos los que la admiraban y no pocos los que estaban dispuestos a morir por su causa.

Con el estruendo del primer cañonazo, los hombres menos curtidos abandonan las filas restauradoras. Huyen como desertores, desparramándose por los caminos que los alejan de Quito, mientras que en el bando opuesto, los veintemillistas abarrotan bocacalles, torres, casas particulares y azoteas. Están listos para la refriega, esperando a los flancos restauradores que llegarán desde Santa Clara, La Merced y Santo Domingo hasta convertir a San Francisco en la principal plaza de guerra.

Los quiteños verán a las guerrillas avanzar a costa de sus muertos, con su sangre tiñendo de carmesí las calles y paredes de la ciudad. En algunos sitios, la lucha se dará casa por casa y azotea por azotea; se horadarán paredes para enfrentarse a puño y bala en patios interiores. Desde el palacio, la casi adolescente Marietta seguirá cada movimiento, en las azoteas trazará sus decisiones; en los pasillos entrevistará a sus jefes, a quienes llamará para darles nuevas indicaciones; desde los salones emitirá órdenes firmes que los suyos acatarán sin discusión ni duda. Se moverá por todo lado como un espectro que anticipa el duelo, aparecerá en el lugar donde se la necesite: es hermosa y joven, va armada y serena, mira a sus hombres con sus ojos celestes y decididos, deja claro que no teme morir.

Sus órdenes se expresan en tono sereno, igual que aquellas con las que García Moreno envió a Secundino Darquea a fusilar al general José de Veintemilla, aplastar la revuelta con la que intentaba derrocarlo y dejar huérfana a Marietta cuando apenas cumplía cinco años. Será el mismo “San” García Moreno —por influencia de su esposa, Rosa Ascázubi— quien más tarde le otorgue los medios para estudiar en los Sagrados Corazones. Gesto que, junto con el fusilamiento de su padre, provocará en ella un odio ciego por el tirano benefactor, un desdén profundo por los hombres y una intensa relación con el poder y la guerra.

En el poder se moverá con sigilo y astucia, hasta convertirse en la verdadera cabeza del gobierno de su tío —el infame, el mudo—. Disfrutará del mando en convites y tertulias con poetas e intelectuales, o trayendo óperas y compañías extranjeras para presentarlas en el Teatro Sucre aún en construcción. Se investirá de soberbia en los desdenes y desplantes con los que despreciará a traidores y enemigos, e incluso usará su influencia para quebrar la mojigatería de las encopetadas familias quiteñas, promoviendo que sus hijas y esposas paseen, invitadas a las retretas que dispondrá en la Alameda, parque que ella ordenó construir.

Con la guerra mantendrá pasiones intensas. Conservadores y liberales serán blanco de su pluma precisa y de sus revoluciones. Hará de la imprenta su Campo de Marte y de la palabra escrita el arma arrojadiza que lanzará con furiosa puntería. Su impacto, contumaz, seguirá golpeando conciencias desde sus Páginas del Ecuador. Se batirá a tinta brava con Mera, Montalvo, Vela y con todos, para defender al indefendible tío Ignacio —corrupto e incapaz—. Será la guerra quien le ofrezca la sangre de sus muertos, y con ella en las manos caminará, del brazo de sus captores, hacia la cárcel y el destierro.

La noche acallará el estruendo de cañones, metrallas y rifles, dejando solo el lamento de cientos de heridos y de las familias que irán a recoger a sus muertos. Marietta se ocupará de buena parte de ellos —los que le corresponden—, consolando y atendiendo. La madrugada traerá el miedo y la traición al ejército dictatorial: los pusilánimes se fugarán arropados por la oscuridad, y los encargados de proteger el palacio se dejarán desarmar sin resistir, sin disparar, sin siquiera vociferar o protestar. La generala, sabedora de su derrota, esperará junto a sus tías en el Convento de los Jesuitas; allí la encontrarán, con su vestido negro agujereado y manchado por las astillas que las balas desprendieron de las paredes del palacio sin lastimar su cuerpo ni aplacar su insolente altanería.

El presidio no le será leve. Intentarán doblegarla impidiéndole el sueño; lo volverán a hacer al tapar la ventana de su celda para quitarle la luz del día, o al obligarla a mantener durante días la ropa manchada y rota que usó durante la toma de Quito. Incluso la expondrán desnuda frente a sus captores mientras revisan la muda limpia antes de permitirle cambiarse. Lo intentarán durante ocho meses sin lograrlo. En su lugar, ella provocará la simpatía tanto de sus carceleros como de intelectuales y diplomáticos. El embajador francés le ofrecerá su residencia como tránsito entre la cárcel y el destierro. Antes de eso, los jóvenes del Escuadrón Sagrado —a quienes se encargó su custodia— le llevarán serenata, causando la ira y el desasosiego de los pentaviros. Algunos de esos muchachos, llenos de pueril valor y faltos de experiencia, caerán sin vida dos meses después, en la cima del cerro Santa Ana, durante la batalla de Guayaquil.

En el futuro, el propio Mera hablará de su juventud y belleza; para Juan Benigno Vela será el “Ángel Malo”, mientras que Abelardo Moncayo la tildará como la única página gloriosa en la negra historia de Veintemilla. Todos reconocerán su inteligencia y cultura, al tiempo que le reprocharán haber defendido al tiranuelo, déspota y corrupto Ignacio “pilla-pilla” —como lo describe Montalvo en Las Catilinarias. Los cronistas dirán también que el 9 de enero de 1883 logró imponerse a los restauradores, y que lo habría conseguido al día siguiente si, desde el norte, no se hubiera unido el batallón comandado por Landázuri, evitando una derrota que ya se encontraba escrita. No la vencerán las balas, sino el miedo y la traición.

Veinticuatro años y cuatro meses después, Marietta de Veintemilla —ya de cuarenta y ocho años— habría preferido morir por una de las balas del francotirador que, en complicidad con los curas, los restauradores apostaron en la torre de San Agustín, en lugar de que fuera la fiebre terciaria, transmitida por los zancudos que la hallaron organizando una nueva revolución en el Chota, la que, tras cuatro días de fiebre, escalofríos y alucinaciones, la cite con la muerte… y con la historia.


Nota del Autor: Este relato combina hechos históricos documentados con recursos propios de la ficción literaria. Algunas fechas, nombres y escenas han sido reinterpretadas con fines narrativos, respetando la verosimilitud y el contexto de la época.

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miércoles, 16 de abril de 2025

¿Nos quedamos en el voto?


Imagen creada con IA
A pesar de que está de moda, seguir desmenuzando los resultados del balotaje presidencial en Ecuador suena tan aburrido como ponerle la palabra “primera” a cada cosa que se disfraza de primicia y es más vieja que el pan de Pinllo. Sin embargo, más allá del triunfalismo vacío y la catatonia derrotista, hay rincones del país que dijeron mucho con su voto. Y no, no me refiero a Guayas, Manabí o Pichincha, provincias que ponen presidente. Me refiero a Tungurahua, la provincia que metió el grito —y el voto— más fuerte a favor del candidato Noboa. 

Con una diferencia brutal de 78,55 % a favor del ganador frente al 21,45 % de González, Tungurahua no solo dio una señal, dio un campanazo. Ni voto oculto ni voto vergonzante: fue voto con ganas, voto con rabia, voto con memoria. Porque, si algo ha demostrado esta provincia a lo largo de los últimos procesos electorales, es que su electorado no compra discursos reciclados ni se deja seducir por la narrativa edulcorada. 

Aunque lo fácil sería despachar este resultado como una rareza geográfica, después de todo, Tungurahua apenas representa el 3,4 % del padrón electoral, al mirar los 289 mil votos que aportó al triunfo de Noboa (4,9 % de los alcanzados), notaremos que uno de cada 20 “danielnoboistas” vive en esa provinciay, entonces la historia cambia. Ese resultado no es un detalle menor ni un “dato de color”, es una señal de que, en este rincón de la patria, el electorado sigue teniendo los pies en tierra firme y los ojos bien abiertos. 

¿Y por qué la candidatura de González no cuajó en esta provincia (y en el país)? Podríamos escribir una enciclopedia de errores, pero basta con recordar cuatro factores que, combinados, tienen el efecto de una receta para el desastre: 

– Se percibe como una candidatura tutelada por el presidente Correa (impopular en Tungurahua). 

– La fractura entre las organizaciones indígenas de base y sus dirigentes nacionales, tan embelesados por el poder y el cargo como un gato jugando con su cola. Poco entendible, si solo hace unos meses la provincia eligió asambleísta a un expresidente de la FEINE. 

– La presencia (oportuna o estratégica) del Estado en las provincias costeras afectadas por el clima, que recordó a muchos que el gobierno también puede funcionar... al menos cuando le conviene. 

– Las declaraciones insólitas de ciertos personajes correístas y de la propia candidata que, si no fueran reales, uno pensaría que fueron escritas por un guionista de sátira política. A estas alturas, ni siquiera son polémicas: fueron un autoatentado político. 

Pero lo más interesante no es el resultado en sí, sino su continuidad. No es la primera vez que Tungurahua le da la espalda al correísmo y apoya la “otra opción”. Lo ha hecho una y otra vez: en consultas populares, en segundas vueltas. Y, sin embargo, ahí está la gran paradoja: tanto rechazo, tanto voto diferenciado, y tan poca representación de los tungurahuenses en los espacios de decisión. La provincia vota, se expresa, protesta con el sobre cerrado y sin tomar fotos a sus votos... y luego se queda fuera del juego. No tiene peso en la agenda nacional. No hay una presencia clara en el Ejecutivo, ni en los ministerios, ni siquiera en las políticas públicas que deberían impulsar su desarrollo. 

Tungurahua habló claro. La pregunta es si alguien va a escuchar antes de que deje de molestarse en hacerlo, mientras Ambato sigue anclada en un progreso a paso de tortuga coja, sintiéndose como una ciudad con potencial de primera atrapada en presupuesto de tercera. Y lo peor: parece que ya nos acostumbramos. 

 


lunes, 24 de marzo de 2025

Populismo y Muppets: ¿Qué nos dejó el debate?


El postdebate del balotaje, así como la comida después de una fiesta, se saborea distinto al día siguiente, masticando con pausa mientras se comenta sobre los atuendos, los gestos, los discursos, la organización y el contexto. La hora en la que se realiza no deja tiempo para asimilar lo visto y escuchado; el análisis llega con el chuchaqui de la madrugada y la mañana siguiente. 

Lo primero que nos transmiten las intervenciones televisadas, es la decepción de encontrar puros lugares comunes, sin nada distinto de lo que se repite desde hace más años de los que la mayoría de los votantes tiene, un amasijo de temas que se traslapan entre sí: que si el IESS está en problemas, que si Venezuela es el futuro, que si la delincuencia nos está ganando, que si la educación deja fuera a cientos de miles de jóvenes, que si mantenemos el dolar o nos "ecuadolarizamos", que si falta empleo, que si esto o lo otro. En fin, un playlist repetido, pero con menos producción que un reggaetón grabado en la ducha. La mayoría de estas promesas las califico como el sutil arte de decir lo que la gente quiere oír, evitando intencionalmente que la evidencia (y la aritmética) nos revela otra cosa. Populismo, y del puro y duro 

Ante tanto déjà vu, decidí rescatar, para este post, lo verdaderamente memorable del debate, aquellas frases pintorescas que piden a gritos convertirse en meme, donde Noboa nos regaló varias joyas: 

  • “Después del 13 de abril que (González) va a estar desocupada, le daremos una beca para que aprenda de Economía.” 
  • “El Chat de los Muppets, donde usted (González) es la Rana René.” 
  • Empleados de Maduro” (en alusión a Correa y al hermano de Jorge Glas). 
  • “La Revolución Fallida.” (refiriéndose a la RC) 
  • “Lo que hicimos fue quitarles el contrato de alimentación (en las cárceles) a las mafias que financian su campaña” (mencionando al exministro Serrano). 
  • “Nosotros sí cooperamos con la Fiscalía; en cambio, ustedes salen huyendo.” 

González, por su parte, intentó subirse al tren con menos ingenio, de ahí que su intento por parafrasear a Lasso con su “Andrés, no mientas otra vez”, adaptándolo a “¡Noboa, no! No mientas”, ignoró lo más valioso de la frase original: su novedad y el “punch” de la consonancia final de “-drés” con “vez”. Con solo usar ChatGPT, su equipo habría encontrado una mejor combinación, “Daniel de papel” por ejemplo. 

Algunas de sus frases: 

  • “Cuando salgamos de aquí, que nos hagan control antidoping.” (Recordándonos que hay que estar dopado para escuchar dos horas de lo mismo). 
  • “A mí me respetas y deja de ser majadero.” (Recurso básico del manual de la madre latinoamericana). 
  • “Rana, pero no del Cartel de los Sapos.”  (aunque son diferentes, sapos y ranas pertenecen a la misma familia, la de los anuros) 
  • “Tu déficit de atención y de comprensión no es mi culpa, queridito.” 

El ataque fue la principal estrategia de González, quien intentó vincular a Noboa con el narcotráfico a través de sus empresas y su partido, buscando empatar en el criterio de los indecisos y de quienes votan nulo para añadirlos a sus votos válidos, bajo la repulsiva premisa de que ambos candidatos y partidos están igualmente contaminados. Una estrategia que, seguramente, le jugará en contra. 

Por su parte, Noboa intentó, mientras buscaba esquivar los ataques, mencionar las acciones que ha ejecutado en su gobierno, sin presentar cifras ni verse afectado por los golpes. En varias de las intervenciones, sus explicaciones apenas consumían la mitad del minuto asignado, diluyéndose rápidamente en los 30 segundos restantes. 

Al postdebate lo resumo con una frase ausente, que me habría encantado escuchar cuando les preguntaron cómo enfrentarán a los violentos, a la que me habría encantado escuchar como respuesta: “Para combatir a mafias y cárteles, lo primero es no pertenecer a ellos”. 


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Ambato, viernes 22 de febrero de 2019 Teatro del Centro Cultural Eugenia Mera